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TEORIA

El Silencio de una Generación (tras las huellas de la corriente trotskista de Nahuel Moreno en Chile, 1979-1993)

 

Mariano Alejandro Vega Jara |

 

“Necesito saber cómo fue –le dice Mateo

a su madre–, el episodio oscuro, quiero saber cómo

fue exactamente”[1].

(Pre-Legalización del MAS, Febrero de 1989, mimeo.)

 

Tal como en  la novela de Laura Restrepo, Demasiados Héroes, la investigación-memoria sobre el pasado de una ex militante trotskista colombiana en la última dictadura militar de Argentina –su historia personal—, los orígenes de la tradición fundada por Nahuel Moreno (Hugo Bressano) en Chile han permanecidos velados por los años de la transición pactada con la dictadura militar de Pinochet, mas, fundamentalmente, por la crisis y posterior ruptura con el el trotskismo como una corriente marxista revolucionaria luego de la caída de los Estados obreros y la URSS. El silencio de una generación sobre su experiencia militante se disolvió hacia una fase de subsidencia en sus vidas personales, cotidianas. El pasado militante quedó en ello. Pasado.

Sin embargo, aquel “episodio oscuro” pugnaría, tal vez, en las nuevas generaciones por saber cómo fue dicho pasado, su historia, su procedencia, su experiencia militante en y contra la dictadura de Pinochet. No encontrar puentes, referencias o nudos trans-generacionales sobre una experiencia vivida lleva a seguir validando el silencio y la desmemoria, no reconocerse ni hacerse partícipes de una historia y tradición militante. Luego de más de veinte años del cierre formal de la experiencia morenista (sus continuidades son residuales a aquel proyecto), el silencio se rompe para abrir paso a nuevas investigaciones que ahonden mayormente y en profundidad el morenismo en Chile. Lo aquí presentado es una primaria visión general de una experiencia militante en particular.

La travesía internacional

 La tragedia de la Unidad Popular y la instauración de la dictadura militar generarían un proceso de reflexión sobre la experiencia militante en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), específicamente su regional Valparaíso. Divergencias arrastradas entre el regional y la dirección nacional de Miguel Enríquez se ahondaron con la línea adoptada post-golpe por la dirigencia mirista: “la hora de los revolucionarios”, el “fracaso de los reformistas”, la “dictadura gorilista” serían criticados por los miristas de Valparaíso. Para éstos, se proyectaba un repliegue para salvaguardar la militancia, la unidad de la izquierda contra la dictadura, la caracterización del gobierno de Allende como “Frente Popular” y la convocatoria al IV Congreso.

Sin embargo, la represión militar trastocó las orgánicas regionales, ya que los militantes debieron moverse dentro del territorio de Chile para salvar sus vidas. Es así como en Santiago hacia mediados de 1974 se establecieron varias “colonias” de militantes de regiones, quienes esperaban instrucciones de la dirigencia nacional para enfrentar la represión. La Colonia de Valparaíso (CV) sería crítica a M. Enríquez y compañía, esto les valió ser considerados como “Fracción Disidente” (FD) del MIR porque buscaron poder llevar a cabo la discusión democrática sobre las diferencias en la línea política. Para el MIR, un partido auto-referido como político-militar, su cultura política práctica derivaba en verticalismo, jerárquico y de deliberación excluyente, reservado sólo para la dirección política. Sumado a ello, una dictadura militar en proceso de aniquilación de la orgánica mirista y el carácter clandestino de la militancia, para la dirigencia mirista abrir el debate significaba romper la tradición de su cultura, lo cual atentaría contra ellos mismos por los mecanismos de ascenso y legitimidad interna, ya que liberaría debates considerados del pasado. El rechazo de M. Enríquez y la dirigencia del MIR sería hipotéticamente a cuestionar su calidad de dirigentes revolucionarios y su línea política contra la dictadura militar. El debate no fructificaría y la FD emigraría al exilio para salvar su propia vida.

El exilio en Europa de aquellos miembros de la FD llevaría a sistematizar su experiencia mirista. Los primeros indicios pretenderían disputar la dirección del MIR y reagrupar a los exiliados, pero poco a poco se dejaría de lado aquella tarea por el balance, con las críticas ya reseñadas a la dirigencia mirista, pero sobre todo por el método democrático de deliberación política cercenada en Chile. Embrionariamente era un cuestionamiento a la cultura política del MIR en cuanto a su ser político-militar. Cerrado el camino, la experiencia derivaría en refundar una nueva orgánica, así hacia 1978 aquella FD crearía la Izquierda Socialista (IS), un partido de izquierda chilena en el exilio con intenciones de implantarse y luchar contra la dictadura militar.

En la solidaridad contra la represión política en Chile, aquellos exiliados de la IS se encontrarían con el trotskismo europeo, encaminándose hacia conversaciones sobre un pasado en común. Según un ex militante, el SU (Secretariado Unificado) apoyó activamente al MIR, de ahí que en el regional de Valparaíso las obras de Trotsky circularan entre sus militantes, tomando posturas más críticas hacia su dirección política. Con el bagaje de la experiencia con el mandelismo, la IS coincidió con la “corriente morenista”, concretamente, la Fracción Bolchevique (FB) del SU, que desempeñaba una ácida pugna contra dichos primeros: la concepción vanguardista y pro-guerillera como política de los partidos trotskistas. Las coincidencias de experiencia y política derivarían que hacia mediados de 1979 la IS formalizara su entrada a la FB y al trotskismo, teniendo como eje el “Proyecto Chile”. A esta unidad se agregaría en el transcurso de 1980 un pequeño núcleo de militantes chilenos lambertistas igualmente exiliados en Europa, gracias al trabajo conjunto del Comité Paritario entre la FB y la CORCI, que dio vida a la CI-CI, no sin su cuota de pequeños conflictos ácidos. El viejo continente se enmarcaba en el punto de partida de un nuevo proyecto político para la izquierda chilena.

En el “desierto” nacional

Hacia 1979, la llamada “Liga Comunista de Chile” (LCCh) se solidariza con la FB ante la expulsión de la Brigada Simón Bolívar de Nicaragua por parte de los sandinistas y la entrega de militantes revolucionarios a la policía de Panamá. Este pequeño grupo chileno, originario del MIR poco antes del golpe de Estado, derivó hacia posiciones trotskistas y simpatizó con el SU, mas aquella acción le valió su distanciamiento con la dirección del SU, sobre todo con la prohibición de construir partidos trotskistas en Nicaragua. De esta solidaridad, la FB envía un emisario argentino para entablar relaciones políticas, sin embargo, entre dudas, críticas y desconfianzas de la dirección externa (en el exilio) de la LCCh hacia la FB, el proceso de acercamiento se viciaría con acusaciones de “fraccionalismo” por parte de la FB en la LCCh. Lo concreto es que a principios de 1980, en una reunión de la FB en Bogotá, Colombia, se daría a conocer que la “Fracción Mayoritaria de la LCCh” adhería a la FB como su sección nacional. El 6 de abril de 1980 se establece la fundación de la Izquierda Socialista en Chile, sobre la base de aquellos ex militantes originarios del MIR y la LCCh.

Similar a Europa, la unidad trotskista internacional reflejada en el Comité Paritario y luego la CI-CI, de corta vida, en Chile visibilizó a un pequeño grupo trotskista llamado “Liga Obrera Bolchevique” (LOB) que tenía nexos con su militantes “lambertistas” chilenos en el exilio. Sin embargo, la LOB desacreditaba toda relación con el morenismo y el lambertismo, no se consideraban parte de éste, por lo cual negaban una unidad en Chile con la IS, una concepción nacional-trotskista similar a la dirección externa de la LCCh. A pesar de ello, la LOB entraría a ser parte de la IS al poco tiempo, tal vez, por su extrema debilidad interna y el miedo al aislacionismo, así la unidad trotskista nacional dio pasos a estructurar un heterogéneo equipo de militantes para luchar contra la dictadura de Pinochet.

Cultura política trotskista

 Mas, ¿Quiénes fueron los trotskistas-morenistas? ¿De dónde provienen social y familiarmente? ¿Cómo y por qué ingresar al trotskismo?, ¿Qué prácticas o particularidades los constituyen como un grupo de izquierda? entre otras preguntas. La investigación (aún parcial) nos entrega detalles de quién fue este grupo militante y su acción bajo la dictadura militar de Pinochet y los primeros años del retorno democrático.

En cuanto a edades generacionales, la primera generación fundadora proveniente del MIR-LCCh no pudo ser pesquisada, sin embargo, las referencias de la segunda generación hace énfasis en sujetos ya maduros, de más de 30 años o cercanos a ello, con prácticas propias de su pasado mirista, es decir, clandestinos en un contexto de represión militar pre-1983. La segunda generación la constituirían jóvenes plebeyos y proletarios, una media de 23 años, la cual fue captada gracias a la apertura política con las jornadas nacionales de protesta contra la dictadura, la cual visibilizó al grupo político con sus propuestas. Mayormente estudiantes universitarios, provenientes de familias con pasado militante de izquierda (PC, PS, MIR), levemente predominante la raíz socialista; en menor medida, jóvenes proletarios, igualmente con pasado-tradición familiar de izquierda.

Los motivos para ingresar a la militancia trotskista denotarían el contexto político internacional y nacional según la generación correspondiente. La primera generación fundadora venía de una experiencia-fracaso con la Unidad Popular, sumado a lo heterogéneo de su composición, el aspecto nacional con una discusión y proyecto internacional de militancia los derivaría al trotskismo-morenista. La segunda generación, en torno a experiencias previas, criticaría las prácticas de la izquierda del “socialismo real”, la falta de democracia, libertad sindical y política y derecho a huelga, en la Polonia de Jaruzelsky. Para su representación de militancia de izquierda, estos jóvenes hallaban inconcebible que la representación y práctica del ser de izquierda atentara contra los trabajadores y el pueblo. Palestina y la OLP, la guerra de Afganistán e invasión de la URSS, la guerra de Las Malvinas, igualmente fueron motivos de un eje central en la captación: la discusión política en charlas, de voz e voz o el periódico. La situación internacional constituyó un fuerte atractivo contra una izquierda chilena nacionalista y complaciente con el “socialismo real”.

Derivado de la discusión política, las características propias como cultura política trotskista pasarían por el “fetichismo teórico”, la exaltación de la teoría marxista-militante como compresión de la realidad, previo paso para la práctica cotidiana. La teoría de la revolución permanente y el programa de Transición serían las bases graníticas del trotskismo, pero cómo llevarlo a la práctica en el Chile de Pinochet. En cuanto a la primera, la propuesta morenista fue la “revolución democrática”, una revolución contra y en el régimen que abriría pasos a la movilización social y popular, cuyas consignas centrales eran: ¡Fuera Pinochet! ¡Asamblea Constituyente! ¡Por un gobierno del MDP-CNT!, siendo característica de la identidad política morenista. Y sobre el programa de Transición, la unidad entre reivindicaciones de los frentes sociales donde estaban insertos los militantes y la realidad nacional del país. Ejemplos; en la construcción, elegir un comité de obras por beneficios laborales y, a la vez, transformarse en una conquista democrática ante la ausencia de organización; en la industria, elegir un sindicato en condiciones de clandestinidad y legitimidad hacia los trabajadores para negociar con la empresa. En la Universidad, desde lo gremial-democrático (becas, centros de alumnos a federaciones) para estrecharlo a la oposición y derrocamiento de la dictadura. La teoría política descendía como una “pedagogía de la reinvindicación” en los militantes trotskistas, adaptándolas al nivel de consciencia política de los frentes sociales y uniéndola con la realidad nacional para elevar los grados de maduración y compromiso político para botar la dictadura militar.

Teoría y programa entrelazados como tejido social, expresarían condiciones mínimas y/o objetivas para la lucha y práctica cotidiana. Aquello que los trotskistas consideraron como principios básicos en el ser de izquierda: internacionalismo proletario, democracia obrera e independencia de clase. Esta “tríada principista” ejercería influencia notable en la acción concreta y la relación con la izquierda chilena. En cuanto al internacionalismo proletario, dos fueron sus variantes en un contexto pro-“socialismo real” y su nacionalismo u latinoamericanismo militante-orgánico: para el sector plebeyo, los foros, charlas y discusiones políticos semi-abiertas a jóvenes estudiantes (secundarios y universitarios) sobre las luchas sociales y políticas en el mundo, derivando en campañas políticas de propaganda. Para el sector proletario, aprovechar los espacios y discutir, en la medida de lo posible, las condiciones laborales de los trabajadores de América Latina y el mundo, la imposición de las fronteras o campañas de recolección de firmas por apoyo a luchadores y/o sindicalistas perseguidos en el mundo.

La democracia obrera (o directa) se vería reflejada en los métodos de discusión política y las estructuras sindicales y estudiantiles: la participación desde abajo hacia arriba, las asambleas de base como máximo órgano resolutivo y la revocación de cargos, de esta forma, para enfrentar las tentativas de torcer las resoluciones de base a los beneplácitos de los dirigentes sociales controlados por la izquierda. Por último, la independencia de clase, concretamente,  la inviabilidad a apoyar y votar por candidatos y programas de o con la Democracia Cristiana, como hipotético aliado “antifascista”, por ser un partido golpista, reaccionario, clerical y pro-capitalista que transmitía su influencia por una corriente de trabajadores con el apoyo acrítico de la izquierda. Ni en la obra, la industria y universidad se formaban alianzas, pactos o se llamaba a votar por la DC.

Faltante al tejido de la cultura trotskista, los imaginarios estructurarían una militancia ácida, crítica y polémica, generando anticuerpos. “Stalinismo, burocracia y aparato”, la forma analítica que en la práctica demostraba la izquierda chilena en sus métodos de militancia política. Un stalinismo caracterizado por la obediencia acrítica hacia la dirección del partido, la veneración e infalibilidad de los viejos jerarcas, la concepción etapista de la revolución, el autoritarismo, verticalismo y la democracia mutilada e incapacidad militante de proponer respuestas, sino esperar la orientación desde arriba. Un ejemplo: la política guerillerista con el FPMR[2] y la política pro-transición luego del Plebiscito. Conectado, la burocracia como sector militante obediente de las orientaciones de la dirección, sin capacidad crítica y que sólo reproduce y vive del modelo y las relaciones inter-militantes dada por la estructura jerárquica. Un símil, la creación de aparatos colaterales al partido con la misma estructura jerárquica que él y dependiente de las políticas de la dirección partidaria. Organismos artificiales sin democracia interna.

Dicha tríada imaginaria generaría el rechazo de la izquierda chilena y las acusaciones (heteromiradas) de “agentes del imperialismo”, “agentes de la CNI”, “sectarios”, “ultraizquiedistas”, por parte del eje PC-PS. El encuentro entre militantes sería de dulce y agraz, para los trotskistas el enemigo en la izquierda eran sus direcciones políticas, los militantes medios y de base, compañeros, equivocados, tal vez, pero honestos y potencialmente revolucionarios. En la práctica, la forma de impulsar la lucha consistía en una táctica de emplazamiento/denuncia a que dichas direcciones de la izquierda actuaran en conformidad con su ser y la política mínima que se esperaba de ellas: derribar la dictadura de Pinochet y dar el poder a la clase trabajadora. Por el contrario, si no actuaban conforme a ello, la crítica trotskista se permeaba de su acidez crítica y disruptiva, ya que el trotskismo esperaba construirse cuantitativamente por medio de rupturas de la izquierda histórica.

Asociado a lo anterior, la realización del ser revolucionario en el trotskismo estaría mediado por estos sectores en dicho partido, plebeyos y proletarios, y su capacidad auto-formativa y experiencia con el marxismo y la lucha social. Así, para la gran mayoría, el ser revolucionario era ser trotskista y no comunista como el sector proletario. Antinomias aparentes entre ambos sectores, la tendencia general del período, unido al recuerdo mayoritario y el tratamiento de la izquierda clásica, el ser trotskista era la conceptualización revolucionaria. A esas alturas, según el recuerdo, el trotskismo ya era algo escindido del comunismo internacional, había adquirido identidad propia, ya que el comunismo estaba asociado al stalinismo.

Mas la realización del ser revolucionario fue puesto en práctica, el teoricismo no era garante de crecimiento orgánico, ni tampoco el exceso de juventud universitaria, por lo cual se debatió y ejecutó la necesidad de cambiar la orientación estructural del partido para darle una identidad obrera-proletaria. Así, hacia 1985 se toma la resolución de proletarizar al partido y sus militantes, lo que la memoria reseña como “vuelco a la clase obrera”, cambiando el nombre del partido a “Partido Socialista de los Trabajadores” (PST). Tal vuelco sería para superar ciertas desviaciones vistas en la práctica estudiantil, un “movimientismo” caracterizado como negativo por no crear una estructura ideal al modelo bolchevique, igualmente reseñado en las memorias como “trotskización”. Ambas prácticas debían modificar la dinámica asociativa entre militantes y sus frentes sociales, pero resultó en el gatillante de fuertes debates y pugnas internas.

1986 marcaría una crisis en el trotskismo-morenista, la vieja guardia fundadora impulsada por las grandes protestas nacionales proyectaría la caída de Pinochet como una “salida nicaragüense”, una revolución popular por una derrota militar que necesitaba del FPMR para hacerla efectiva. Por el contrario, una mínima parte de la vieja guardia y el sector proletario, caracterizaban una salida pactada y negociada a la dictadura, donde la clase trabajadora era minoría en las protestas (mayoritariamente de pobladores y estudiantes). Situación revolucionaria (vieja guardia) y situación pre-revolucionaria (vieja guardia minoritaria y proletarios) derivaron en caracterizaciones personales sobre el tipo de salida política, lo que se expresó de hecho en la formación de dos fracciones enemigas entre sí. La discusión se expresó en una ontología del ser proletario y pequeño-burgués, cada quien era juzgado en su condición de clase, mas no por la política, llevando a discordias personales a tres miembros fundadores del morenismo. Dos de ellos e impulsores de la salida nicaragüense fueron juzgados por “pequeño-burgueses” al carecer de estructura orgánica laboral y promotores de la expulsión de la dirección de su contrapartida proletaria.

El sínodo del trotskismo, ya ni siquiera como comedia sino como paroxismo, dos fracciones, plebeyos contra proletarios, ante una distante LIT[3]. (Recordar que el trotskismo en su práctica es parte de un “partido mundial”). Las memorias referencian la poca importancia que tenía Chile para la organización internacional, solo intervino cuando los hechos y el fraccionamiento ya estaba consumado, hacia finales de 1986 para llegar a un equilibrio armónico en un “protocolo de acuerdo”. Un delegado internacional vino, examinó y leyó la situación y respaldó al sector oficial del PST, la Fracción Proletaria, como se denominó, quedó en estatus simpatizante. A pesar de ello, la vieja guardia del PST abandonó el partido o quedó muy menoscabado, subiendo una segunda generación de militantes a la dirección, mientras que la Fracción Proletaria se dio la tarea de hacer su experiencia creando el “Partido de los Trabajadores Socialistas” (PTS). Alrededor de un año duraría la división PST-PTS para luego volver a reunirse en torno al PST, gracias al trabajo de la segunda generación y la salida de los viejos fundadores.

Identidad política morenista

 De la memoria fueron apareciendo algunos conceptos o lógicas de pensamiento que estructuraban su recuerdo en base a ello, denotando un tipo de acción política como corpus morenista. “Aprovechar las oportunidades” y “ocupar los espacios” se constituyeron en una lógica prismática del morenismo, recíprocas entre sí, configurando su identidad política como diferenciación hacia otros trotskismos.

El ejemplo más concreto en esta lógica morenista sería la forma en que el trotskismo chileno en los años ’80 se tuvo que visibilizar. La primera generación, previo a las protestas de 1983, vivía en clandestinidad, en un trabajo gris y cotidiano, no siendo un referente en la izquierda. Una vez abierto el período de las protestas y el cambio de situación política, la entonces IS se criticaba no ser un referente vivo en la izquierda, a pesar del trabajo propagandístico y dinámica de lucha social, seguían en una minoría, peor aún, viendo posibilidades de cristalizar en una secta.

A través de escasos documentos más la memoria, dicha lógica morenista tuvo un cambio drástico para sacar o visibilizar al trotskismo como referente válido. Aun no siendo claro del todo, se atribuye mayoritariamente a Nahuel Moreno como el ejecutor de la nueva política hacia Chile. El partido debía cambiar su inserción según la dinámica social, pasar abiertamente a salir a la calle, siendo el cambio de nombre un preámbulo. De la IS se pasaba a JS, Juventud Socialista, teniendo en cuenta tres referencias –según Moreno—, la clase trabajadora chilena iba a retornar a sus referentes históricos (PC-PS), por lo cual no iba a considerar otro partido que buscara diferenciarse desde el principio. A ello se sumó la intervención hacia la juventud, en primer lugar por la composición etaria del propio partido y, en segundo lugar, por mostrar a dicho sector como el más dinámico y referencia de vanguardia en la lucha anti-dictadura. Y socialista por la referencia histórica y a la táctica entrista hacia el propio Partido Socialista de Chile, ya que estaba dividido en varias fracciones desde socialdemócratas, moscovitas hasta guevaristas, y ello daba el espacio para usufructuar ganancias al trotskismo.

No está ciento por ciento claro aún la correspondencia del entrismo, ya que no todas las memorias lo recuerdan y más bien se caracteriza como “sui generis”, ya que no se entró al PS ni se disciplinó a algún organismo de él o su dirección, sino más bien que se ocupó dicho espacio, ya que la oportunidad lo daba para empalmar la memoria histórica –socialista- con el partido trotskista que se quería construir. Además, la historia del morenismo no había reivindicado en sus proyectos políticos el “comunismo” como referencia partidaria.

Bajo esta lógica prismática, el morenismo se fue haciendo de una identidad política en la praxis cotidiana. La idea central era superar aquella acusación de “teóricos”, la visibilización en la acción vino de la mano de la JS, las protestas nacionales y la influencia de Nahuel Moreno y el trotskismo argentino. Otros componentes de la identidad morenista se pueden encontrar en una colateral de estudiantes (secundarios y universitarios) llamada “Solidaridad Estudiantil”, previo período a la JS, siendo una agrupación de estudiantes de izquierda para acción de propaganda y debate político (charlas) como forma de captación militante. Igualmente, la identidad “socialista” se recalcaba en los periódicos editados (La Verdad Socialista, IS; El Socialista, PST; Lucha Socialista, PTS; Al Socialismo, MAS),  lo mismo que el nombre partidario: Izquierda Socialista, Juventud Socialista, Partido Socialista de los Trabajadores, Movimiento al Socialismo, lo que hablaba de una microidentidad partidaria.

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En ese sentido, el ser socialista se definió en base a su contrapartida “stalinista”, el PC, por lo que sus militantes son más críticos, abiertos, dinámicos y receptivos a las transformaciones sociales y de la “estética” de la izquierda clásica: un militante disciplinado, hermético, desconfiado y ortodoxo. Por otro lado, la misma iconografía morenista visibilizaba otra estética alternativa, el puño izquierdo y la hoz, el martillo invertidos y el número cuatro en referencia a la IV Internacional. Las consignas, marcarían una diferenciación con la izquierda: ¡Fuera Pinochet! ¡Asamblea Constituyente! ¡Por un gobierno del MDP[4]-CNT[5]! ¡Juicio y Castigo a los culpables! ¡Por un Chile socialista!

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No serían los únicos componentes de la identidad morenista, el periódico como captación política, debatido con los “contactos”, los posibles militantes, por lo cual cada militante trotskista debía tener un padrón o listado de contactos para tratar de captarlos, ya sea debatiendo artículos o invitando a marchas o foros. Por último, la tenencia de un “local”, un lugar físico donde la militancia partidaria se pudiera reunir con su contactos, el centro de operaciones para salir a militar. Denotar la capacidad, según, la memoria de tener locales semi-públicos en plena dictadura, siendo parte de la lógica morenista, se reconoce en Concepción por lo menos 2 aperturas de locales (no coetáneos) y 1 en Santiago hacia 1988.

Todos los elementos anteriores configuraron la identidad política morenista, una identidad en base al ser socialista y la acción política, a tal punto que costó la vida de dos jóvenes, un militante y una simpatizante: Jorge Fernández y Marisol Vera[6]. Sin embargo, reconociendo su propia marginalidad, el trotskismo-morenista esperaba incrementar sus fuerzas en base a unidades o fusiones con otras organizaciones de izquierda, respondiendo a los análisis y propuestas de Nahuel Moreno. Para éste, la década de los ’80 vislumbraba una ruptura de franjas o corrientes de masas con el “stalinismo”, el cual se encontraba en crisis desde la movilización polaca. El descontento social en Europa del Este y la URSS por crisis económica y social incrementaba tal fuerza de posibles rupturas hacia la izquierda entre la clase trabajadora. El deber de los trotskistas era empalmar con aquel “movimiento de masas” para ofrecer una alternativa de izquierda y recuperar los “Estados obreros degenerados o burocrático” y devolverlo a la senda del socialismo internacional.

En concreto, Moreno propuso el Programa Mínimo Revolucionario (PMR) y el Frente de Unificación Revolucionaria (FUR) como métodos de trabajo y captación militante, constituyéndose igualmente como parte de la identidad morenista. Para Chile, las memorias reconocen poco valor de ello, ya que no había tendencia hacia una ruptura de izquierda. El eje PC- PS Almeyda (pro-Moscú) estaba sólidos, por el contrario, las rupturas de izquierda se habían dado hacia el ámbito “militar”, con el FPMR, el Mapu-Lautaro y el MIR. Rupturas políticas por la izquierda no se veían, siendo un caso aislado que el PST chileno pudo concretar con un grupo de miristas de Valparaíso que venían en discusiones y rechazos a la supremacía militar que daba su dirección a la salida de la dictadura. La memoria no referenció hacia el PMR, sino al FUR, pues el PST se jugó por llevar a cabo la orientación política de Moreno e incentivo el debate y acción para buscar una unidad hacia el trotskismo. En este ámbito, la LIT jugó un papel importante, ya que envío a Ricardo Napurí para ganar a estos disidentes miristas, pues a ambos los unía la experiencia guevarista. Napurí contaría sus historias cuando se negó a bombardear a los apristas peruanos y su camino con el “Che” Guevara. La experiencia se tornó favorable y dichos miristas ingresaron al trotskismo.

Uno de los últimos componentes de la identidad morenista, la mayor propuesta de Moreno, sería la “revolución democrática”, una revolución en el régimen a partir de tomar las reivindicaciones de libertades democráticas, unirles las demandas sociales y proponer una salida revolucionaria de corte socialista. Las memorias tienen diferentes percepciones y apropiaciones de tal propuesta, ya que para el sector plebeyo, esta correspondía a una “categoría de análisis” ex post, no previa, mientras que el sector proletario vagamente o no recuerda tal fórmula como modelo de revolución para Chile. La revolución en Chile pasaba por botar a la dictadura por movilización social y que los trabajadores tomaran el poder por medio de sus organismos de clase, el CNT y el MDP.

El MAS y el cierre de una experiencia

Siguiendo la lógica morenista, hacia 1988 la dictadura llama a Plebiscito para seguir validándose en el poder, siguiendo la hoja de ruta predispuesta en el Plebiscito de 1980 que aprobó su Constitución Política, proyectando ocho años más el régimen si obtenía la victoria. En medio de esta vorágine pro-democrática, el movimiento político-social fue llevado a participar a las elecciones, unido a un agotamiento de la lucha de resistencia, la coyuntura condicionó el reagrupamiento de los partidos políticos y concesiones democráticas mínimas al régimen como el derecho a voto individual. El resultado es sabido, la victoria fue para el NO, bajo la dirección de la Concertación de Partidos por la Democracia que unió desde la Democracia Cristiana hasta socialistas pro-Moscú, dejando por fuera al PC.

El torbellino del Plebiscito no podría no ser considerado por una organización que, más allá de reivindicarse revolucionaria, rechazara cualquier participación en él. Como en el conjunto de la izquierda, los debates enfrascaban dudas y posicionamientos divergentes: participación para no quedar aislados y ser un proceso que va más allá de cualquier crítica o control del trotskismo; rechazo a participar por posibilidad –real- de fraude y ser una afrenta a la lucha de resistencia. El partido se enconaba en estas dos opciones y se veían posibilidades de ruptura, por lo cual desde la LIT enviaría a una delegada para ayudar a caracterizar la situación y cómo enfrentarse en el Plebiscito. La ayuda del MAS argentino fue vital para posicionar una política entre la dirección del partido y convencer a las bases partidarias para participar en dicho Plebiscito. Concretamente, según la memoria, la delegada de la LIT transmitió los análisis hechos por su dirección, señalando las probabilidades: va a ganar el NO;  Pinochet reconocerá la derrota; la inviabilidad de una revolución democrática; la negociación hacia la impunidad de Pinochet y su juicio y castigo, salvo algunas militares menores. Gracias a ese análisis, el trotskismo-morenista, ya encima del Plebiscito, puesto que estuvieron hasta casi último minuto haciendo propaganda por el rechazo y fraude, giraron su política y llamaron a votar que NO, dando libertad a sus militantes más intransigentes para anular su voto o no ir a votar (pocos estaban inscritos en los registros electorales).

Consumada la victoria del NO se abría una nueva dinámica electoral, el llamado a elecciones generales para Presidente, senadores y diputados. En un contexto de masiva participación democrática y reorganizaciones políticas y sindicales, sólo la izquierda armada quedó aislada siguiendo la lógica político-militar para derribar la dictadura. Nuevamente se debatía participar o no en dicho proceso eleccionario, a lo cual, el trotskismo-morenista se presentó como Movimiento Al Socialismo (MAS) para poder participar en las elecciones. En febrero de 1989 realizan una pre-legalización del partido con énfasis en cuatro ejes: Asamblea Constituyente para una nueva Constitución Política; Juicio y Castigo a los violadores de Derechos Humanos; reestatización de las empresas del Estado; no pago a la deuda externa.

La idea original era lograr inscribir al partido y presentarse a las elecciones con una “candidatura de izquierda” en base a unidad con otros grupos políticos, de manera de enfrentarse a las salidas inter-régimen. Sin embargo, el llamado del MAS no fue atendido y la izquierda política giraba su apoyo hacia la candidatura del Patricio Aylwin (DC). El partido no pudo lograr su inscripción y para las elecciones presidenciales llamarían a votar nulo, mientras que para las parlamentarias se apoyaría críticamente a los socialistas de izquierda.

El proceso político chileno decantaría en la asunción de un gobierno democrático-civil, base de una transición pactada y el ocaso de proyectar una revolución en Chile. Mas, la coyuntura internacional sería el ancla para provocar el fin de la experiencia militante. La caída del Muro de Berlín, en un primer momento, mostraría la alegría del partido, se confirmaba la posibilidad de la “revolución política” contra el régimen stalinista del “socialismo real” y la URSS. Una euforia recorrió al trotskismo, llegaba su hora, el movimiento de masas giraría a la izquierda y reencaminaría los Estados Obreros degenerados o burocrático por la senda del socialismo revolucionario, lo que la LIT llamaba “los nuevos octubres” resumidos en las “Tesis del 90”.

Sin embargo, los hechos precipitarían mayores dudas sobre la viabilidad de tal política, hacia octubre-noviembre de 1991 el partido chileno criticaba que no se estaban dando las pautas de la LIT, por el contrario, se iba hacia una restauración capitalista. Las memorias no recordaron este punto, sino que se centraron en los ejes de la crisis y posterior ruptura del (y con) trotskismo. Efectuada la caída de la URSS, tres núcleos serían detonantes de los cuestionamientos hacia el marxismo, el trotskismo y el morenismo en particular: la revolución política; concepción del partido y su rol en la conciencia de clase; desarrollo o no de las fuerzas productivas.

Entre diciembre de 1991 y enero de 1993 el sentido del ser militantes entraría poco o poco en crisis. La caída de la URSS mostraba, según un sector mayoritario de la dirección del partido, la inviabilidad de la cultura política trotskista y su fracaso como alternativa revolucionaria, uniéndose además la pérdida de la identidad morenista al no ser reales las tesis del ’90. La revolución política no iba hacia la izquierda, sino a restaurar el capitalismo; el partido y su modelo bolchevique no era viable por su orgánica y carencia desde el exterior para insertarse en los movimientos políticos y apoyar el desarrollo de la conciencia de clase; el continuum de las fuerzas productivas por la restauración capitalista. Así, la segunda generación que tomó al partido en la crisis de 1987 fue decretando su ruptura y quiebre con el sentido del ser militante: el análisis teórico, propio de la cultura política trotskista, se mostró incorrecto para el grueso del sector plebeyo. No había posibilidad de seguir, era el fin de una experiencia con alrededor de 30 años como promedio de edad.

A enero de 1993 se presentó el Congreso del MAS con posiciones polarizadas y enemigas entre sí, la dirección en pleno del MAS lee una carta y renuncia al partido y abandona a sus ya ex compañeros/as. El partido quedaría en manos de un miembro de la dirección –resistente- al proceso de liquidación con una pequeña base militante, constituida previamente como “Fracción Trotskista Ortodoxa” (FTO), pero al pasar de los años poco a poco se desgranaría. Fiel a la debacle internacional de la LIT, el MAS chileno fue solo un reflejo de un proceso mayor, para 1993 existían cuatro organizaciones trotskistas-morenistas: MAS, PST, JOR, POR.

La crisis internacional en torno al marxismo y la revolución cerraba la época de una “generación dorada” del trotskismo-morenista. El campo de la experiencia condicionó el horizonte de expectativas y el trotskismo quedaría subterfugiamente resguardado en las memorias individuales de quienes algunas vez abrazaron la idea de la revolución socialista mundial. Un partido sin memoria es un barco a la deriva y esa misma memoria la que reconstruirá o no el presente y futuro del trotskismo-morenista en Chile.

Notas:

* Mariano Alejandro Vega Jara é autor de tese de doutorado sobre o tema. A tese pode ser acessada aqui: https://goo.gl/OFaIDj

[1] Laura Restrepo. Demasiados Héroes. Alfaguara, Buenos Aires, 2009, p. 11.

[2] Frente Patriótico Manuel Rodríguez, órgano militar del Partido Comunista creado en 1983 para derrocar a la dictadura, base de su política de “rebelión popular de masas”.

[3] Liga Internacional de los Trabajadores. Órgano mundial  de partidos trotskistas fundado por Nahuel Moreno en 1982 luego de la experiencia con el lambertismo en la CI-CI.

[4] Movimiento Democrático Popular. Frente único de los partidos de izquierda, el PC, el PS Almeyda y el MIR.

[5] Comando Nacional de Trabajadores. Organización sindical que agrupaba a los diversos sindicatos anti-dictadura, liderados por la DC y el PC.

[6] Ver artículo en: <http://blogconvergencia.org/?p=5419>. Consulta Mai./2016.