Traducción de Correspondencia de Prensa, 10-9-2021
1. El grito de la avenida Paulista (centro de San Pablo: ndt) en el día del grito de Ipiranga era la victoria o la muerte. Al anunciar su estrategia, Bolsonaro dejó claro que no renunciará a la lucha sin cuartel por el poder, cueste lo que cueste. Acumuló fuerzas. Los dos objetivos tácticos inmediatos de la movilización contrarrevolucionaria fueron la advertencia a la oposición liberal de que incendiará el país en caso de peligro de impeachment, y la polarización contra los ministros del STF (Supremo Tribunal Federal) Alexandre de Moraes y Barroso que cercan a su corriente y su familia con investigaciones y prisiones. Pero es mucho más grave. Deja en el aire, para la fracción de la clase dirigente que se ha pasado a la oposición en los últimos cuarenta días, la amenaza de que no aceptará el resultado de las elecciones si pierde. No respetará las reglas del régimen liberal-democrático, no habrá transmisión pacífica de la banda presidencial en Brasilia en enero de 2023. El jefe de los neofascistas busca reubicarse para las elecciones de 2022, pero promete que está dispuesto a todo, por lo que agita a su base social, también, por la posibilidad de una ruptura institucional en algún momento. En otras palabras, todo o nada, o amenaza de guerra civil.
2. La contraofensiva ha tenido lugar en el marco de un debilitamiento ininterrumpido, desde mayo, con el pico de la segunda ola de la pandemia. Pero ha demostrado que no está derrotado. El mayor error de la izquierda en los últimos tres años fue subestimar al bolsonarismo. La delantera de Lula en las encuestas, en este momento, no es garantía de nada. Considerar únicamente los grados de aprobación y rechazo que revelan las encuestas es insuficiente para calibrar la relación de fuerzas sociales y políticas. Ante cientos de miles de personas muy fanatizadas, Bolsonaro se hizo más fuerte. No fue un fiasco. Bolsonaro aún no tiene un registro electoral, pero demostró que controla un «partido de combate», es decir, la organización de un movimiento contrarrevolucionario que tiene ideología neofascista, estrategia política, poder social, capacidad financiera de autosostenimiento, iniciativa en las calles y redes sociales, relaciones internacionales, fuerte influencia militar y policial y un liderazgo con autoridad mesiánica.
3. La táctica de Bolsonaro, en este momento, consiste en ganar tiempo. Muerde y sopla. Ocupa los centros de las ciudades, pero no autoriza los disturbios. Fomenta el bloqueo de las carreteras por parte de los camioneros, pero luego les ordena que se retiren. Hace amenazas de golpe, pero emite una carta de apaciguamiento. Ni la presión por la tutela militar, ni Sergio Moro o Paulo Guedes, ni el acuerdo con el Centrão (partidos clientelares y oportunistas que cambian cargos y favores por apoyo parlamentario al gobierno: ndt), ni mucho menos Michel Temer, un cadáver político sin vida, podrán detener a Bolsonaro. Pero, ¿cuál es la estrategia? ¿Para garantizar un mejor reposicionamiento para la disputa electoral, y asegurar la reelección? Sí, pero eso no es todo. El gobierno de extrema derecha dirigido por un neofascista no es un gobierno «normal» con una agenda de contrarreformas neoliberales. La estrategia de Bolsonaro es una nueva localización del capitalismo brasileño en el mundo en una alianza estratégica con una fracción del imperialismo estadounidense contra China. El plan de recolonización se basa en la expectativa de que las inversiones extranjeras son la clave para reanudar el crecimiento económico. Pero para ello es necesario imponer una derrota histórica a la clase trabajadora y al pueblo pobre y oprimido. Un cambio cualitativo en la relación social de fuerzas sólo es posible con la subversión del régimen que puede garantizar la máxima concentración de poder. El proyecto es golpista, bonapartista, contrarrevolucionario. Las formas, los tiempos, los diseños de las iniciativas insurreccionales son tácticos. Pero inevitables.
4. La política de la oposición liberal ha cambiado con el giro, por el momento individual, de Doria (José Doria, gobernador de San Pablo por el PSD: ndt) y Kassab (Gilberto Kassab, diputado federal del PSD: ndt) hacia el impeachment. La clase dirigente está dividida. Bolsonaro es cada vez más disfuncional y disruptivo. La fracción burguesa que ha desplazado a la oposición es muy poderosa y ha tratado de ejercer presión institucional. Pero duda en avanzar hacia la destitución. La derecha liberal está mucho más preocupada por la posición de las Fuerzas Armadas que por el Centrão. Y hay una inmensa incertidumbre sobre el papel de Mourão (Antonio Hamilton Mourão general retirado, vicepresidente de la República: ndt). En cualquier caso, ante el nuevo momento de coyuntura, es necesario un cambio de táctica en la izquierda. La táctica de unidad en la acción se ha vuelto más importante porque un sector de la oposición liberal se ha pasado finalmente a la defensa del impeachment. Es incierto y delicado, pero necesario luchar, en serio, por actos unitarios para el Fuera Bolsonaro. Pero debemos preparar la iniciativa respetando los espacios construidos del Frente Único de Izquierda, y la independencia política en defensa de las reivindicaciones de los trabajadores.
5. La decisión de los Frentes Brasil Popular y Pueblo sin Miedo, de la Coalición Negra por derechos, de mantener el Día Nacional de Lucha el 7 de septiembre, resultó acertada. No fueron grandes, pero fueron dignas. Y recibieron el abrazo de un clamor nacional en la misma noche. Era correcto porque el peligro de división y, en consecuencia, de desmoralización de partes de la militancia de todos los movimientos y partidos era real. Es necesario conservar la firmeza, la capacidad de cálculo táctico y la lucidez estratégica. Cinco años de derrotas acumuladas han dejado heridas. Hay inestabilidad en nuestras filas. Deben causarnos perplejidad las oscilaciones «bipolares» en la evaluación de la situación, pasando del desánimo a la euforia en días, incluso en medios de izquierda. No tiene sentido que durante una semana haya prevalecido una visión apocalíptica de «peligro real e inmediato» de autogolpe y, a posteriori, la conclusión de que el bolsonarismo habría «fracasado». Tenemos prisa, así que nos movemos con responsabilidad. Volveremos a las calles y seremos mayoría, pero es necesario construir movilizaciones a un nivel más alto que en mayo, junio y julio. No será fácil, pero es posible ir más allá. El impacto de las manifestaciones bolsonaristas no debe dividir a la izquierda. Ya hemos visto que la pulverización de posiciones en la jornada del 7 de septiembre fue un desastre, y las declaraciones intempestivas se desintegraron. Un cambio de táctica no debería dividir a la izquierda. La fragmentación es un peligro real. El Frente Único fue el mayor paso adelante en 2021. La cuestión central es que la capacidad de la izquierda para poner en marcha su base social de implantación se ha revelado, por el momento, insuficiente para allanar el camino del impeachment. No fue suficiente la tragedia sanitaria, económica, social y política que nos amarga. Seiscientos mil muertos, una desocupación superior a los 14 millones de indigentes, 20 millones en inseguridad alimentaria, la inflación en el 10%, el peligro de un apagón eléctrico, los incendios en el Pantanal y en la Amazonia, la invasión de tierras indígenas, la reducción del 30% de las matrículas en el Enem (Examen Nacional de Enseñanza Media), no fueron suficientes. El dilema central de la estrategia de la izquierda es que la táctica quietista de esperar a las elecciones de 2022 es moral, política y estratégicamente equivocada. Bolsonaro no es el enemigo ideal en 2022.
Es el momento de luchar por el impeachment. y seguir adelante. El reto es convertir a la mayoría social opositora en una fuerza social de choque para derrocar a Bolsonaro.
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