*Traducíon por Jacobin America Latina
En su manifiesto de clausura, el IIIer Congreso de la Komintern lanzó la consigna «a las masas». Dirigido «a los comunistas de todo el mundo», el objetivo del manifiesto era incitarlos a ganar influencia sobre las masas proletarias y afirmar que esta era una premisa necesaria para la revolución.
Así nació la táctica política que, meses después, fue bautizada como «Frente Único Obrero».
La propuesta de Paul Levi
La sección alemana de la Komintern, el VKPD, enfrentaba en aquel momento una coyuntura política muy particular: por un lado, estaba la ofensiva de la burguesía contra las condiciones de vida del proletariado; por otro, la hegemonía indiscutible que el SPD —partido obrero reformista, a esa altura completamente adaptado a las instituciones— ejercía sobre los sindicatos y el movimiento obrero en general.
Era necesario buscar un margen de acción para el Partido Comunista, que le permitiera, en el marco de aquel cuadro político, vencer el letargo del SPD y movilizar a los trabajadores.
Paul Levi, heredero político de Rosa Luxemburgo y uno de los principales dirigentes del VKPD, elaboró una táctica que consistía en poner en circulación una carta abierta, es decir, un documento público, pero dirigido específicamente a los demás partidos de izquierda, en especial al SPD y al movimiento sindical. El sentido de la carta era explícito y apuntaba a la urgencia de luchar en defensa de reivindicaciones democráticas y sociales básicas: aumentos salariales, liberación de presos políticos, disolución de las milicias reaccionarias, constitución de comités comunes de defensa, etc.
Es decir, el VKPD desafiaba públicamente a los demás partidos a luchar en unidad, no por las banderas de la revolución proletaria, sino por las cuestiones que afectaban inmediatamente a las masas trabajadoras alemanas:
Preguntamos: ¿están dispuestos a comenzar, sin demora y junto a nosotros, una lucha implacable por estas reivindicaciones? […] Si los partidos y los sindicatos a los que nos dirigimos se rehusaran a comenzar la lucha, el VKPD estará a obligado a sostenerla solo y está convencido de que las masas lo seguirán.
Se trataba de un llamamiento justo y legítimo que, aun así, no encontró más que la resistencia de sus destinatarios. En los sindicatos, el SPD denunció la propuesta del VKPD como una maniobra fraccional y antisindical. Por su parte, el KAPD, partido de inclinaciones izquierdistas, la rechazó como una tentativa oportunista de reforzar las ilusiones en la socialdemocracia.
Con todo, la carta del VKPD recorrió el país entero y fue leída en asambleas obreras de metalúrgicos, mineros, estibadores y transportistas. En esos ambientes fue bien recibida por los trabajadores que querían cerrar filas para luchar y deseaban con ese fin la unidad de sus dirigentes.
La «teoría de la ofensiva» en la Internacional
La táctica de Levi fue abortada a medio camino porque la situación al interior del VKPD estaba cambiando. La amplia mayoría de la dirección tendía hacia una línea izquierdista, que rechazaba la unidad con los socialdemócratas y coqueteaba cada vez más abiertamente con la «teoría de la ofensiva».
Esta teoría fue formulada por un grupo de exiliados húngaros establecidos en Viena, entre quienes se destacaban Lukács y Bela Kun. Editaban la revista Kommunismus, un órgano de debate teórico con bastante circulación al interior de la Internacional. Además de interesar a los alemanes, la publicación había conseguido llamar la atención de los italianos, los austriacos, los polacos, y de toda una generación de revolucionarios que, impresionada por el éxito de la revolución rusa y por la ola revolucionaria que había despertado en el continente europeo, buscaba repetir mecánicamente la experiencia.
La teoría de la ofensiva proponía que la acción de los Partidos Comunistas debía apuntar a la ofensiva permanente, sin importar la correlación de fuerzas de cada país, y sin considerar conceptos tan útiles a la lucha política como los de táctica y estrategia. En el plano político, la teoría de la ofensiva proponía que los partidos comunistas debían delimitarse permanentemente de los partidos reformistas y rechazar cualquier posibilidad de unidad con ellos.
A diferencia de Lenin, que percibía un reflujo del movimiento obrero, luego de la oleada de revoluciones que había sacudido a Europa, y hablaba abiertamente de «disminución del ritmo de la revolución europea» (apud Mermelstein, 1993, p. 16), los teóricos de la ofensiva confiaban en la disposición inagotable de las capacidades de combate del proletariado y establecían en sus análisis una relación mecánica entre crisis económica y reacción proletaria.No es casualidad que, durante los debates del IIIer Congreso de la Internacional, el comunista húngaro József Pogány llegara a presentar, como enmienda al documento sobre la situación mundial, la proposición de que los períodos de crisis debían ser interpretados como «la época de desarrollo de la acción proletaria, de la guerra civil» (apud HÁJEK, 1985, p. 187).
Inspirados en esta teoría, los comunistas italianos que actuaron como delegados en el XVIIo Congreso Nazionale Socialista, celebrado en Livorno, generaron una ruptura inmediata y precipitada con el PSI. El costo de la operación para el naciente PCI fue la profundización de su condición de minoría en el movimiento obrero y la pérdida de miles de revolucionarios que no habían concluido su experiencia con el PSI, cuyo principal exponente era Giacinto Serrati. Tal era el nivel de influencia ejercido por las ideas húngaras.
Marzo de 1921: la ofensiva permanente del VKPD
El costo no fue menor para el VKPD. La nueva mayoría que se estaba formando en el Comité Central logró dejar al margen de la dirección a Paul Levi y a Clara Zetkin, junto al resto de los cuadros que los acompañaban. De esta manera, el VKPD quedó completamente en manos de Brandler, Thalheimer y otros ofensivistas reconocidos.
Fue entonces cuando Bela Kun llegó a Alemania. La nueva dirección del VKPD generó las condiciones para poner en práctica la «teoría» de los ofensivistas:
El VKPD, intoxicado por la llamada «teoría de la ofensiva», que decía que los comunistas debían tomar la iniciativa, «forzar el desarrollo de la situación revolucionaria» para despertar a la clase obrera y provocar una transformación decisiva en la correlación de fuerzas entre las clases, se lanzó al combate (Mermelstein, 1993, p. 16).
La chispa prendió cuando el gobierno socialdemócrata de Sajonia, a cargo del Oberpräsident Hörsing, decretó la ocupación militar de la región con el pretexto de combatir la violencia política local. El verdadero objetivo era desarmar a los obreros que, pocos meses antes, se habían alzado contra el golpe reaccionario de Kapp-Lütwitz.
Mientras tanto, sin siquiera haber intentado ganar a los obreros de la región para resistir la provocación, el VKPD lanzó en todo el país un intento insurreccional completamente artificial.
Junto al KAPD, el VKPD buscó forzar la adhesión de los obreros al levantamiento, llegando al punto de decretar una huelga general cuando los obreros mismos rechazaban y hasta enfrentaban los piquetes montados por los comunistas en las fábricas.
En Berlín y en las demás ciudades, los militantes del VKPD y del KAPD lucharon contra las fuerzas policiales solos, sin el apoyo de las masas proletarias, que no aceptaron acompañar la acción de los partidos.
Levi denuncia el putschismo de la mayoría del VKPD
A principios de abril, aislados en su aventura y sin ninguna perspectiva de éxito, el VKPD y el KAPD decidieron replegarse. Sin embargo, el VKPD no acompañó la decisión con ningún balance serio sobre la responsabilidad de sus acciones, que a todas luces habían conducido al desastre. Para la mayoría de la dirección del VKPD, la culpa entera de la derrota de marzo debía atribuírseles a los socialdemócratas, que se abstuvieron de movilizarse, y a los obreros que los siguieron.
Como sea, el costo para el VKPD, que hasta hacía poco podía alardear de su contingente de medio millón de militantes, fue muy elevado y conllevó rupturas en las que centenas de miles de trabajadores abandonaron el partido.
Paul Levi fue el primero en alzarse contra la dirección partidaria, sin ahorrarse ninguna crítica contra la acción de marzo, calificada de «juego irresponsable jugado con la vida misma del partido, con las vidas y los destinos de sus miembros», un verdadero «putsh bakuninista» cuyo objetivo era satisfacer los caprichos sectarios de sus dirigentes y no los intereses reales de la clase obrera (Levi, 2020).
Presentó su crítica en un documento muy rico en lecciones políticas y ejemplos pedagógicos sobre los peligros y las consecuencias de aquella acción izquierdista, como el que brinda esta situación ocurrida al calor de los días de marzo:
«[…] un texto de la organización de Berlín declaraba: “Un comunista no debe ir a trabajar bajo ninguna circunstancia, ni siquiera en el caso de que esté en minoría”. Por consiguiente, los comunistas abandonaron las fábricas en tropas de más o menos doscientos o trescientos. El trabajo siguió su marcha y ahora ellos están desempleados. Los patrones aprovecharon la oportunidad para convertir a sus fábricas en lugares libres de comunistas, sin privarse del apoyo de un buen número de trabajadores» (Levi, 2020).
Con todo, al traspasar los límites de la organización con la publicación de su documento, Levi fue acusado de indisciplina y expulsado del partido, que hizo caso omiso a las protestas de Clara Zetkin y de otros dirigentes obreros como Paul Eckert y Heinrich Malsahn.
El IIIer Congreso de la Komintern
Aunque fue apartado de la Internacional, las ideas de Levi expresadas en la carta abierta y su crítica contra la acción de marzo se ganaron la simpatía de nadie menos que Lenin y Trotsky, quienes junto a la minoría alemana comandada por Clara Zetkin, se enfrentaron contra el ala izquierdista de la Komintern en el IIIer Congreso.
Fue recién en este Congreso cuando la polémica entre las dos visiones, es decir, los teóricos de la ofensiva y los adeptos de la carta abierta, se resolvió a favor de los segundos, no sin que medie una dura batalla entre ambas tendencias.
Trotski logró aprobar un documento sobre la situación mundial que sostenía que, en aquel momento, los factores determinantes eran la dinámica de enfriamiento de la revolución mundial, la ofensiva económica de la burguesía europea y la hegemonía de los partidos socialdemócratas. De esta manera, subrepticiamente, la «teoría de la ofensiva» recibía un golpe mortal, pues se apoyaba en un análisis que afirmaba un supuesto estado de movilización permanente en el marco del cual la acción voluntarista de los partidos comunistas era capaz desempeñar un rol catalizador.
En el balance de la acción de marzo, Lenin alertó que la «teoría de la ofensiva» terminó enturbiando la visión del partido, que no supo interpretar la provocación de Hörsing ni prepararse para responder a ella:
«La provocación fue clara como el día. Y, en lugar de movilizar a las masas obreras para defenderse, para rechazar los ataques de la burguesía y, así, demostrar que tenían razón, ustedes inventaron su “teoría de la ofensiva”, teoría absurda que brinda a todas las autoridades policiales y reaccionarias la posibilidad de presentarlos como aquellos que toman la iniciativa de agresión contra la que ellos deben responder en defensa del pueblo» (apud BROUÉ, 1997, p. 230).
El Congreso consiguió definir que la tarea fundamental para los comunistas en aquel momento era conquistar una amplia influencia sobre el proletariado. Como explica Lenin:
«Quien no comprende que en Europa —donde casi todos los proletarios están organizados— debemos conquistar a la mayoría de la clase obrera, está perdido para el movimiento comunista. Si en tres años de revolución [rusa] todavía no aprendió eso, entonces nunca aprenderá nada» (Apud Golin, 1989, p. 22).
Para cumplir con ese objetivo, los partidos comunistas debían contar, bajo ciertas condiciones, con la posibilidad de cerrar filas con los demás partidos que se apoyaban sobre el proletariado. Se trataba de una medida defensiva necesaria para resistir a la ofensiva capitalista. De esta manera, se rescataba el método de la carta abierta propuesta por Levi y defendida por Lenin como una iniciativa política «ejemplar».
Como sea, el IIIer Congreso sepultó para siempre la «teoría de la ofensiva», sin escuchar las protestas de Bela Kun, de los delegados de la mayoría alemana y de los italianos. En palabras de Trotski:
«El tercer congreso les dice a los comunistas de todo el mundo: la marcha de la revolución rusa es un ejemplo histórico muy importante, pero todavía no es una norma política. Digo más: solo un traidor puede negar la necesidad de una ofensiva revolucionaria; y aun así, solo un incauto puede reducir toda la estrategia revolucionaria a la ofensiva» (Trotski, 1974).
Al final, la derrota de los ofensivistas permitió que la Komintern adoptara una línea más cautelosa y abriera el camino para el nacimiento de la política de Frente Único Obrero.
¿Qué es el Frente Único Obrero?
En 1922, la Komintern celebró su IVo Congreso, en el que aprobó un documento titulado «Tesis sobre la unidad del Frente Proletario». Se trata de una sistematización de la política del Frente Único Obrero, que lo define como una táctica válida y, por consiguiente, aplicable por los partidos comunistas. De forma esquemática, la aplicación de esta política obedece a tres factores importantes.
El primero que debemos considerar es que la lucha entre la burguesía y el proletariado es una disputa política continua, que comprende fases de equilibrio en la correlación de fuerzas entre ambas clases, pero también posibles fases de ofensiva y defensiva. Como explicó Trotski en el IIIer Congreso: «El desarrollo político también tiene sus ciclos, sus altos y bajos. El enemigo no es pasivo: también combate. Si el ataque del proletariado no es coronado por el éxito, la burguesía pasa inmediatamente al contrataque» (apud Golin, 1989, p. 74). En rigor, la política de Frente Único surge como una necesidad frente a coyunturas defensivas, definidas por golpes bonapartistas, gobiernos reaccionarios, etc.
El segundo y el tercer factor remiten a la división objetiva del movimiento obrero entre las distintas corrientes reformistas y revolucionarias, que en general se caracteriza por la hegemonía de los primeros sobre el conjunto de los trabajadores y de sus organizaciones.
En esas condiciones, la política de Frente Único Obrero consiste en un llamamiento, público, amplio y abierto, dirigido a los partidos y organizaciones reformistas, a dar una batalla común por la defensa de los intereses vitales de todos los trabajadores y del pueblo. Es decir, no se trata de un llamamiento a la realización de acciones revolucionarias insurreccionales, tarea de la que no todos están convencidos, especialmente los trabajadores de base que siguen a las organizaciones reformistas.
Sobre todo porque el objetivo de este llamamiento no es movilizar a la lucha a aquellas fracciones de la clase obrera que rompieron con los reformistas, sino incidir en aquellas que siguen bajo su influencia. Para eso, el camino más pedagógico es siempre la apuesta a la acción práctica.
En situaciones defensivas, la movilización de los trabajadores suele ser una tarea penosa, pues, para que los trabajadores entren en acción, es necesaria una cierta dosis de confianza en la posibilidad de la victoria. Al contrario de lo que piensan todos los idealistas y los izquierdistas, en esas condiciones, no es el discurso de un dirigente supuestamente genial, sino la realización de acciones unitarias, la que será capaz de dotar a los trabajadores de la confianza política necesaria.
Al mismo tiempo, el Frente Único Obrero no se reduce a reuniones entre dirigentes de izquierda de alta jerarquía, aunque esto también sea importante. En realidad, el Frente Único Obrero presupone múltiples acciones de masas, como asambleas, manifestaciones, comités de base vinculados orgánicamente, etc.
La convocatoria a los reformistas es, sobre todo, un llamado sincero para que la movilización de los trabajadores se haga realidad. Con todo, la falta de disposición, la vacilación y el sabotaje de los reformistas puede ser objeto de crítica por parte de los revolucionarios, que no deben dudar en denunciarlos ante la masa de los trabajadores siempre que sea necesario.
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