Mariano Vega Jara
“¿Alguien en la Democracia Cristiana tiene alguna duda de
que si se va a un sistema proporcional van a surgir elementos
anarquistas más activos, como la Confech, que está controlada por
grupos anarquistas, grupos trotskistas?
Y tenemos hoy día muy activo el trotskismo en Chile”.
(Carlos Larraín, ex Presidente de Renovación Nacional)
Trotskistas = teóricos
Hacia 1985 el dirigente argentino y militante trotskista de larga data, Nahuel Moreno, sintetizaba en un pequeño escrito el significado de “ser trotskista” en el siglo XX. Su tesis planteaba que dicho significado pasaba por el ineludible carácter de la revolución socialista internacional contra el capitalismo, la lucha contra las burocracias políticas y sindicales en manos del “socialismo real” y la URSS, y la construcción de un partido mundial de la revolución socialista: la IV Internacional.
Más cercano a nuestro presente, Henrique Canary, tomándose de Moreno, bosqueja el significado de ser trotskista en el presente siglo XXI. Para este autor, uno de los principales baluartes del trotskismo del siglo XX es su carácter “anti-stalinista”, es decir, la lucha a contra corriente contra la burocratización/degeneración y el totalitarismo del comunismo soviético, los “socialismos reales” y los Partidos Comunistas en el mundo por medio de la revolución política anti-burocrática.
Ya restaurado el capitalismo en los ex estados pro-soviéticos (“Estados obreros”), la realidad de fines de la década del siglo pasado y los años del presente siglo, denota para la militancia trotskista una necesaria actualización programática, al decir de Canary. En ese sentido, el ser trotskista en el siglo XXI pasaría por actualizar el programa político, el programa de intervención práctica, el programa del día a día en donde desarrollan su praxis las y los militantes trotskistas. Los esbozos de dicha actualización serían: lucha contra el imperialismo y sus diversas formas de opresión y explotación; lucha por la revolución proletaria; democratización de los sindicatos y “exterminio del cáncer burocrático” de éstos; la clase obrera como sujeto histórico; la lucha contra toda opresión: género, raza, orientación sexual y nacionalidad; y la construcción de partidos revolucionarios nacionales y la Internacional como estrategia política. Salvo las referencias a las distintas formas de opresión, no se aprecia una renovación teórica-política bajo dicho bosquejo de actualización programática.
De ambos escritos, la conclusión desprendida muestra que el ser trotskista es definido como un militante teórico y autorreferente. Si bien ambos autores miran hacia el otro, en este caso, el stalinismo, para definirse a sí mismos, los escritos adolecen de una mirada estructuralista y teleológica, donde el sujeto, las/los militantes de “carne y hueso” son oprimidos en el discurso del partido revolucionario como aparato de poder en la lucha de clases. Tanto para Moreno como para Canary, existe una invisibilización de la acción de los sujetos militantes, por lo cual la definición del ser trotskista es endogámica y ahistórica ante un vacío sobre dicha cultura política trotskista, es decir, la forma en que los sujetos entienden su actuación política y simbólica en la construcción de un orden social determinado, el significado que le dan a su actuación, la direccionalidad de su acción y las lecturas que hacen de ella, sus redes políticas y sociales que articulan con otros individuos o colectivos y la lucha por la búsqueda de la hegemonía del recuerdo y el presente. (MORYANO, 2010)
El predominio de dicho enfoque en Moreno-Canary omite y silencia las prácticas políticas de las y los militantes trotskistas, cómo las entienden, qué significación le dan a los debates teóricos, quiénes son las/los trotskistas, de dónde provienen, con quién o quiénes se relacionan, entre otras preguntas. Tales escritos, lamentablemente, no logran responder dichas preguntas, por lo que su definición de ser trotskista es panegírica en su condición de militantes políticos. En su defensa, ambos escritos solo son trazos de pasajes de una experiencia militante durante el siglo XX, la cual busca por medio de una memoria topocronológica mirar hacia el pasado, aprender de él, construir su presente militante por medio de las experiencias vividas, transmitidas y heredadas para forjar y articular un futuro en su condición de cultura revolucionaria.
Sin embargo, el vacío en la definición del ser trotskista o el mote de “teóricos” pasa por extender la mirada, el enfoque y romper con la endogamia o autorreferencia para explicarse la militancia como cultura política. La cotidianeidad de la lucha social lleva a las y los militantes a encontrarse con otros, ya sean militantes de izquierda, derecha, centro o activistas sin partido/movimiento. Es en la práctica diaria en convivencia con el otro que se construye el significado del ser trotskista, es decir, la interrelación entre diferentes sujetos en sus frentes sociales, por lo cual se estructuran heteromiradas de la realidad que se reflejan en la direccionalidad de las propuestas políticas que emite el partido u movimiento político para captar nuevos militantes. Sin tomar en cuenta la mirada del otro hacia el militante trotskista, los caminos hacia la “secta” política tienen sus preámbulos estructurados.
El trotskismo en Chile, hoy
Al respecto, tratando de superar aquellos vacíos en el ser trotskista, las preguntas antes referidas sobre su condición de cultura política militante permitirán centrarse en la acción política-social para comprender dicho ser. Indirectamente, la cita de apertura del presente escrito da una idea del significado del trotskismo actual en Chile.
Las movilizaciones por la educación pública en el 2011 visibilizaron a diferentes corrientes de izquierda por fuera de la hegemonía del Partido Comunista, las cuales promovieron activamente la lucha estudiantil, destacando por su radicalidad o maximalismo en corresponder la práctica diaria con la plataforma política de educación pública, gratuita y de calidad. Herederos de la “revolución pinguina” del 2006, el retorno de “las masas” a las calles, más la defensa irrestricta de las propuestas políticas, rompen el sello subjetivo de la transición pactada, la inutilidad del debate político entre las amplias clases y capas de la población civil. La política retorna a los hogares y la discusión sobre cómo financiar la educación superior refleja la crisis económica de las familias de clase trabajadora y capas medias para acometerse en deudas crediticias en pos de educarse y buscar un futuro más próspero.
En este éxito subjetivo se abre un nuevo período o ciclo político abordado por el retorno de la discusión política y la radicalidad de los métodos de lucha de los ahora llamados “movimientos sociales”. Las palabras del ex Presidente de uno de los partidos burgueses, C. Larraín, denotan la preocupación por el avance de las corrientes de izquierda: anarquistas y trotskistas. En un Estado regido por la Constitución pinochetista de ’80 y aún en ese momento gobernado por su sistema electoral binominal, el movimiento estudiantil se infiltraba contra el régimen refractario para intentar desarticular la base subjetiva de su sustento social: la exclusión del debate político-ideológico. Si el régimen se democratizaba, a partir de eliminar el sistema binominal (efectivamente eliminado hoy), su sustentabilidad se vería amenazada por el crecimiento de las corrientes de extrema izquierda.
Más allá del debate sobre el ciclo político abierto el 2011, lo importante a destacar es la sugerencia hacia el trotskismo dada por un político burgués; el trotskismo es de raigambre estudiantil. Aquello es corroborado a partir de un reciente artículo periodístico en uno de los medios de la derecha empresarial, donde el precario análisis del autor dista relación con la mirada del otro hacia el ser trotskista. Así, se hace una caricatura del trotskismo como seres irracionales: ““Compañeras y compañeros”, anuncia un marxista con carisma, aquí, en la Casa Central de la Universidad de Chile en toma, en mitad de un curso formativo para marxistas que quieren tomarse las calles, “la lucha callejera no debe ser estigmatizada”. No, responden cuarenta y dos estudiantes con bototos e ideales. “Compañeras y compañeros, la realidad da más rabia que la cresta”, insiste el marxista enfático, alzando la voz y generando un sutil brote de ira. Sí, gritan los estudiantes. Pero ojo, compañeras y compañeros, no se trata de tirar piedras porque sí. Hay que reflexionar por qué se tira la piedra”…”.
Como se puede apreciar, la cita hace énfasis en dos ámbitos, la irracionalidad pre-política y el carácter estudiantil de los sujetos. De esta forma, una de las primeras preguntas a responderse sobre quién o quiénes son los trotskistas, deriva en que son estudiantes (genéricamente) que se inician en la lucha política del presente. Indirectamente surge la hipótesis sobre la inexperiencia de dichos jóvenes estudiantes, por lo cual el artículo hace alarde de una formación marxista previa para superar la irracionalidad y/o temperamentalidad de dichos jóvenes: “Juan Valenzuela, un profesor de filosofía, trotskista furibundo, habla de los formatos que rigen a una buena insurrección. Informa que las insurrecciones son masivas, son clases sociales en movimiento. En cambio, la conspiración es un proceso individual, de intenciones heroicas. Juan sugiere que para derribar a la burguesía debe optarse por la insurrección. El objetivo final: “Disgregar el órgano estatal”. Pero puede ser violento, advierte. Y cita a Trotsky, que es un rockstar en la toma: “No reconocer la violencia, es no reconocer que el sol sale cada día”.
No escapando del sínodo de la historia, el trotskismo es visibilizado fuertemente con la teoría política, el papel de la formación política junto con la práctica militante. En ese sentido, las prácticas políticas que emanan del artículo dista relación con la realidad de dichos militantes trotskistas. Es posible apreciar dos sectores definidos; en primer lugar, un cuadro teórico y profesional (Profesor) que imbuido de la teoría marxista-militante (Trotsky) enseña la lógica del pensamiento y acción (correcta) del militante; y, en segundo lugar, un sector de jóvenes estudiantes radicalizados. Ejemplo de ello, “Antes que la piedra, el raciocinio aconseja de nuevo. –Igual—lanza un asistente apodado “Cebolla”—si veo un furgón de pacos hay que puro agarrarlo a piedrazos. –Sé que da rabia. Pero calma—tolera Juan”.
De esta forma, es posible apreciar que el trotskismo en Chile va configurando una cultura política marcada por diferentes formas de entender la militancia y de cómo practicarla; un sector plebeyo (cuadros teóricos, intelectuales o profesionales) y un sector popular de jóvenes estudiantes, hipotéticamente sin experiencia política previa, lo cual conllevaba mayores tendencias a la radicalidad accionalista. La significación de las prácticas es desigual, para plebeyos la teoría precede a la acción y para jóvenes populares, la acción subordina a la teoría.
Con dichas diferencias sociales en la cultura política, la construcción orgánica de dicho trotskismo tenderá a preguntarse sobre los mecanismos de ascenso y legitimidad militante internos para proyectar la disputa por la hegemonía en sus diversos frentes sociales. Las experiencias en la práctica real y concreta incrementarán presiones sobre los sujetos para responder a los análisis políticos orgánicos y su contraste con la realidad dinámica. Plebeyos y populares enfrentarían un debate entre teoricismo y accionalidad, posicionándose según sus prácticas en sus respectivos frentes, de lo cual si no media una estrecha unidad entre teoría-práctica y autocrítica, las subjetividades y heteromiradas se volverán internas y surgirán las tendencias al fraccionalismo, otra permanencia en el trotskismo.
Mas, a qué trotskismo se hace referencia y que constituye el modelo para diversos sectores de la burguesía chilena. El articulista refiere –equivocadamente—a la Agrupación Juventud Combativa, que en realidad corresponde a la “Agrupación Combativa Revolucionaria” (ACR), colateral del Partido de los Trabajadores Revolucionarios (PTR, Grupo hermano del PTS de Argentina). Aquello nos habla acerca de los mecanismos o formas prácticas en que el trotskismo se da a conocer dentro de las luchas sociales, siendo el método del frente o colateral del partido orgánico hacia un sector social específico: la juventud estudiantil. En este sentido, la colateral funciona como el mecanismo de captación militante asociado a menores responsabilidades orgánico-militares (disciplina) y mayormente a desarrollar experiencias previas que conllevan la tutela del partido sobre los sujetos que expresan mayor compromiso, disciplina y accionalidad, preferentemente bajo la teoría marxista-militante trotskista. En cierto sentido, la colateral está subordina al partido, donde la línea política es emanada de la orgánica superior e idealmente debatida en la colateral para ser nutrida y llevada a la acción, de ahí la funcionalidad pedagógica de la formación política que modela a los sujetos. Éstos se hacen visibles para el partido en función de corresponderse entre la “inversión” de la colateral y la futura captación hacia el partido orgánico.
No es posible de entender dichas prácticas sin el contexto histórico de la transición pactada, la caída del “socialismo real” y la URSS. El discurso de bancarrota del socialismo, inferior al capitalismo triunfante y la inutilidad-fracaso del “partido leninista” de los PC’s en el mundo, se unieron con la salida pactada a la dictadura militar chilena. Una transición que se hizo heredera del fracaso de la Unidad Popular y de las opciones armadas de la izquierda contra la dictadura, lo cual proyectó la inutilidad del “partido” en su versión leninista. A esto se suma el desencanto y/o desacople de las experiencias previas en la memoria histórica con la Concertación de Partidos por la Democracia, la cual gobernó durante 20 años el modelo económico neoliberal de Pinochet, manteniendo su Constitución y sistema electoral, por lo que generó el crecimiento de las corrientes o tendencias autonomistas, neoanarquistas y/o horizontalistas en una fase subsidiente “por abajo” de la política o lucha de clases.
Sería con la revolución pingüina que emergerían aquellas corrientes subterráneas, pero no carentes de construcción política-social, que sustentarían tales movilizaciones. Los “colectivos” políticos se nucleaban como los mecanismos de representación horizontal contra los partidos (de izquierda) jerárquicos, verticales y/o autoritarios, una crítica directa al centralismo democrático. El 2011 mostraría a quienes de mejor manera hubieran comprendido la dinámica de asociatividad de la juventud contra aquella “vieja izquierda”, sobre todo la “nueva” teorización de la intelectualidad militante sobre los movimientos sociales que hereda la representatividad de los colectivos en un nivel macro-estructural, por lo cual, la(s) colateral(es) o frentes amplios pro-partidos mostrarían su utilidad en su inversión política para la captación militante.
Abierto el nuevo ciclo post-2011, la realidad enfrentará dichas dos estrategias: “Movimiento social o partido revolucionario”. Los sujetos optaran por uno u otro, mediado por la experiencia, la discursividad y la práctica. Un tipo de trotskismo fue emergiendo como referente dentro de la izquierda, donde la tendencia general lo identifica como “el” trotskismo, siendo igualmente para la burguesía y sus medios de comunicación: “La piedra, entonces, se lanza tras una meditación previa. El marxista en la marcha, instalado en la calle, pondera las urgencias de la clase obrera, luego es víctima de un ataque de impotencia y ahí puede despachar el proyectil. Todos asienten. Son estudiantes tras una utopía”.
Síntesis abierta
Enfrentados al siglo XXI, la discursividad militante del siglo XX en la estructura del “partido revolucionario” (estatutos, programas y principios), tiende a extenderse hacia las nuevas generaciones invisibilizando, silenciando y omitiendo la acción de los sujetos y las formas prácticas en que entienden su militancia en la vida cotidiana. Aquel vacío, paradojalmente lo resalta el contrario u enemigo, quien a través de la prensa, pone en carne y hueso sujetos que buscan una alternativa de izquierda disímil a los referentes clásicos de antaño, el Partido Comunista, por medio del crecimiento del anarquismo y el trotskismo.
Este último en la acción del siglo presente siglo XXI en Chile va imponiendo una cultura política juvenil y estudiantil que dista con una nueva generación que emprende una experiencia política, a partir de relacionarse con colaterales que obedecen a partidos orgánicos, como la forma transitoria de integrar una militancia partidaria que generará la acumulación de futuros cuadros políticos a desarrollarse en sus áreas o frentes sociales dados por su estructura orgánica. Ser trotskista en Chile, hoy, es ser estudiante.
Cristina Moyano B. El MAPU durante la dictadura. Saberes y prácticas políticas para una microhistoria de la renovación socialista en Chile. 1973-1989. Santiago de Chile, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2010.
Henrique Canary. “Ser trotskista en el siglo XXI”. 05-12-2014.
La Tercera, 27-10-2011.
Nahuel Moreno. “Ser trotskista hoy”. 1985
Roka Valbuena. “Aprendiendo a ser marxista”. La Segunda, año LXXXIV, Nº 24.454, 26 de junio de 2015
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