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Tres hipótesis sobre la dinámica política

Valerio Arcary, de São Paulo, SP. Tradución: Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
Valerio Arcary

La situación empeorará mucho antes de mejorar. Desafíos peligrosos se nos presentarán. Se ha abierto la posibilidad de interrumpir el mandato de Bolsonaro -aunque no es lo más probable- porque no cuenta con el apoyo de ninguna fracción burguesa importante. Pero la crisis sanitaria podría ser explosiva, Bolsonaro podría cometer errores mucho más graves, y las masas populares podrían entrar en escena.

Llevamos cinco años de una acumulación ininterrumpida de victorias de las fuerzas reaccionarias, pero no hubo ninguna derrota histórica. Tanto el optimismo “salvaje” como el pesimismo “hipocondríaco” deben ser evitados. Seamos realistas, por lo tanto, paciencia revolucionaria. Nuestra apuesta se basa en la confianza de que en situaciones extremas las masas populares y la juventud liberan fuerzas extraordinarias, y sacan lecciones políticas más rápidamente.

Los escenarios políticos estarán condicionados por la evolución de la crisis sanitaria y la crisis económica y social. Serán decisivos para predecir los acontecimientos políticos. Los parámetros objetivos que nos permiten proyectar la dinámica de la evolución de la pandemia en el Brasil serán, esencialmente, la extensión e intensidad del contagio y la tasa de letalidad.

No hay datos incontrovertibles, porque no se han hecho pruebas masivas y es poco probable que se hagan antes de mayo. No está claro cuáles serán las terribles dimensiones de la catástrofe. Pero serán dramáticas, porque las proyecciones más moderadas pronostican decenas de miles de muertes ya en la primera ola, y las más apocalípticas hablan de por lo menos de cientos de miles.

El impacto puede favorecer los inevitables llamados a la “unidad nacional” contra el virus. Gobiernos y medios de comunicación presentarán el flagelo como algo inevitable, amnistiando a los gobiernos en todas las esferas. Pero es posible que este discurso no sea suficiente para calmar el malestar popular. Debido a que asociado con el crecimiento de la demanda de atención hospitalaria, veremos las condiciones de supervivencia material de las grandes masas deteriorarse. La aprobación del programa de ingresos mínimos de emergencia para cincuenta millones de personas será un factor de relativa atenuación de la catástrofe, pero tiene un corto período de validez, porque es previsible una segunda ola de contagio.

En este contexto, tenemos tres escenarios políticos principales.

El primero y más probable, por el momento, es que la presión para el encuadramiento de Bolsonaro, en cierta medida, tenga éxito durante la crisis. Mientras gana tiempo y trata de salir del aislamiento, Bolsonaro puede tolerar un “freno de almacenamiento” de las alas en disputa, o una gestión del ministerio articulada por los generales del Planalto (sede del gobierno federal en Brasilia: ndt), y mediada por el general Braga Neto (1). Sería un paso atrás temporal, mientras se verifica el ritmo de la pandemia y sus consecuencias.

Nadie sabe realmente las negociaciones que han tenido lugar en las últimas dos semanas en la cocina del Palacio. Pero parece prevalecer un acuerdo de división del trabajo, en el que Bolsonaro y su ala neofascista, contrariados, aceptaron que se siguiera aplicando la línea Mandetta (2) frente al juego de la presión. Pero Bolsonaro ya ha demostrado que es incontrolable. Esta hipótesis tiene el apoyo explícito de la mayoría de la clase dirigente actual.

La segunda hipótesis es que ante un desastroso agravamiento de la pandemia, el creciente descontento social, el comportamiento irresponsable del Bolsonaro y el peligro de una subversión revolucionaria a la chilena, una mayoría burguesa defenderá un desplazamiento en “frío” de Bolsonario por las normas constitucionales. Resulta que Brasil no es Argentina. Sería una solución extrema para la burguesía brasileña, por lo tanto, menos probable. La tradición de la cultura política en Brasilia es la negociación permanente.

El mayor problema es que Bolsonaro nunca aceptará la renuncia. No es su perfil político, social o psicológico. No es Jânio Quadros (3), aunque ha estado ensayando posturas bonapartistas, como el del 15 de marzo. Por otro lado, la urgencia de mantener la línea de desprendimiento social no es la misma que a principios de los sesenta. Los líderes como Bolsonaro luchan hasta el final. Prefieren la muerte a rendirse sin luchar. Llamaría a la movilización de las masas, de sus hordas envenenadas por la ideología neofascista.

En esas circunstancias, porque un animal político atrapado es muy peligroso, Bolsonaro podría apelar al decreto de Estado de Sitio, la tentación golpista. Un movimiento “frío” tendría que ser, por lo tanto, una intervención despiadada, quirúrgica, instantánea: un impeachment de emergencia, negociado de prisa, con el STF (Supremo Tribunal Federal), “con todo”. O una combinación de impeachment parlamentario con juzgamiento del STF. Siempre existen abogados habilidosos para la arquitectura de un proceso.

La tercera hipótesis sería la apertura de un cambio “caliente”, un derrocamiento revolucionario de Bolsonaro. Esta hipótesis, que debería ser la estrategia del PSOL (Partido Socialismo y Libertad) y por la que debería luchar para construir el Frente Único de Izquierda es, por el momento, infelizmente, muy poco probable. Por varias razones. El mayor obstáculo es que no depende únicamente de las consecuencias del cataclismo sanitario y social, ni de las barbaridades que cometa Bolsonaro.

También se necesitan otras tres condiciones para que la situación evolucione en esta dirección. La primera es que la burguesía y sus representantes, tanto en el Congreso como en el STF, y en los gobiernos estatales, cometan errores en la gestión de la crisis que conduzcan a una ruina nacional sin precedentes, un rotundo fracaso. La segunda es que las masas entren en escena con una voluntad revolucionaria de luchar. La tercera es que los partidos de izquierda con mayor influencia no acepten los cantos de sirena de la clase dirigente, y no abracen la estrategia quietista para que Bolsonaro se vaya desangrando hasta el 2022 (elecciones presidenciales: ndt), dándole tiempo a que se recupere, por miedo a medir las fuerzas en las calles. O, tan grave como eso, una rendición ante Mourão (4) como un mal menor.

El papel de la izquierda debe ser la defensa de una salida anticapitalista. Brasil necesita una izquierda con instinto de poder. Y un programa socialista.

Notas:

1) Walter Souza Braga Netto, actual jefe de la Casa Civil (gabinete presidencial). Entre 2018 y 2019,  ejerció como interventor federal para la militarización del Estado de Río de Janeiro

2) Luiz Henrique Mandetta, ministro de salud y miembro del partido Dem (Demócratas).

3) Jânio da Silva Quadros (1917-1992), presidente de Brasil, entre el 31 de enero y el 25 de agosto de 1961, fecha en que renunció. Fue precedido por Juscelino Kubitschek.

4) Antônio Hamilton Martins Mourão, general retirado del Ejército y vicepresidente de la República. (Redacción Correspondencia de Prensa)