López Obrador: del realismo a los sueños

Pedro Méndez, México

López Obrador por el cambio para que todo siga igual

La llegada de López Obrador al gobierno generó muchísimas expectativas entre amplias capas de la población, especialmente entre los trabajadores y el pueblo. Se pensaba que por fin terminarían las políticas de hambre y entrega que los gobiernos pasados venían aplicando desde hace más de 30 años. Las ilusiones en el nuevo gobierno abarcaban la liquidación de la corrupción, la impunidad, la violencia, el ecocidio, etc.

No obstante, siete meses después esas esperanzas se han ido despintando. Aun cuando mantiene un alto índice de popularidad,[1] no hay cambios en la política salarial pues los trabajadores siguen maniatados por los topes con aumentos por debajo de la inflación. Misma política que hace 30 años, lo que ha propiciado que los salarios pierdan cerca del 81 por ciento.[2] No obstante, aun cuando el índice inflacionario en 2018 fue de poco más de cinco por ciento, los aumentos en 2019 no pasan del 3,5.[3] Es por ello que durante las huelgas por aumento salarial de las maquiladoras en el norte del país a principios del año, los trabajadores en sus marchas coreaban consignas contra López Obrador.

En las zonas indígenas de Yucatán, Chiapas y Oaxaca hay mucha oposición a los megaproyectos que el gobierno pretende llevar a cabo a costa de afectar gravemente los ecosistemas. Los maestros de primaria y secundaria amenazaron con volver a tomar las calles contra la aprobación de la Reforma Educativa. La llamada lucha contra la corrupción ha quedado en promesas pues a la fecha no hay un solo preso por ese motivo.

El hartazgo llegó a la desesperación

En sentido estricto, el hecho de que López Obrador y su partido Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) hayan arribado al poder no se puede entender sin las heroicas luchas que durante más de 30 años han protagonizado los trabajadores y el pueblo contra los planes de los gobiernos de los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD).

El hartazgo de las masas ante las felonías de los gobernantes había llegado a la desesperación. De todas ellas fue quizá la corrupción es la que más laceraba la conciencia popular. El descontento estaba alcanzando niveles en extremo peligrosos para la estabilidad política y social del país. Esto fue quizá lo que convenció a la clase dominante –acostumbrada a ganar por las buenas o por el fraude—a no cerrarle el paso a López Obrador mediante un tercer fraude electoral, como lo hicieron en 2006 y 2012. Además, porque él podía manejar mejor el tremendo descontento popular.

Por todo lo anterior, es que las masas asumieron como propia –luego de tantos años de luchas—la victoria de Morena y su candidato.

Morena, siendo un partido burgués –aun cuando se autopostula como de izquierda— supo aprovechar el pertinaz ascenso de las luchas y el descontento para ganar las elecciones.

Sin embargo, contra lo que muchos se imaginan, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, cuando mucho, se ubica atrás de los límites de los Kirchner en Argentina o Lula en Brasil.

Morena está compuesto por varias facciones (llamadas “tribus”) donde hormiguea desde gente honesta y sensata, hasta patrocinadores de bandas paramilitares que asolan pueblos indígenas en Chiapas.[4] Hay gente con antecedentes muy corruptos como el recién electo gobernador del estado de Puebla, Miguel Barbosa. O empresarios de derecha como el también recién electo gobernador del estado de Baja California, Jaime Bonilla Valdez, con doble nacionalidad y militancia política (de Morena en México y del Partido Republicano, el de Trump, en Estados Unidos).

Durante su campaña electoral, López Obrador hizo gala de muy buen juego de cintura pragmática que lo llevó a tejer alianzas con grupos de presión, corrientes y partidos de distinto color. No obstante, esa “amplitud” para forjar acuerdos, la alianza que más sorprendió fue la que llevó a cabo con la iglesia evangélica.

En efecto, aunque se dice juarista,[5] buscó y logró, un concubinato con el Partido Encuentro Social, dependiente de las iglesias pentecostales y neopentecostales, cuyas posiciones se caracterizan por ser radicalmente conservadoras y hasta fundamentalistas. A pesar de ello dichas iglesias han venido ganando influencia creciente entre sectores desheredados y excluidos, de las zonas rurales y las periferias urbanas.

Ya en el gobierno formó un gabinete multicolor con personajes como Alfonso Romo, su actual jefe de gabinete, un empresario cuyas firmas atentan contra los ecosistemas de las selvas en el estado de Chiapas. Con Alfonso Durazo, su secretario (ministro) de Seguridad Pública, primero militante del PRI y luego colaborador cercano del ex presidente Vicente Fox (PAN). Olga Sánchez Cordero su secretaria de Gobernación (ministra del Interior) entre cuyos méritos –cuando fungía como ministra de la Suprema Corte de Justicia—fue haber votado a favor de la libertad para los asesinos de la masacre de Acteal (diciembre de 1997), una comunidad indígena del estado de Chiapas, simpatizante del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Su programa

Su campaña electoral estuvo llena de promesas que la gente quería oír: contra el neoliberalismo, contra la entrega de los recursos naturales (principalmente el petróleo) a las grandes compañías transnacionales, contra el aumento de los precios de los energéticos (un año antes se había detonado un movimiento nacional de masas contra el aumento a la gasolina), contra la violencia, por empleo, salud, educación, defensa de los ecosistemas, etc., pero por encima de todo contra la corrupción.

Una vez que hubo tomado posesión del gobierno (1 de diciembre de 2018), adoptó algunas medidas que fueron bien recibidas: vendió aviones y helicópteros de lujo en los que se trasladaba la clase política, cerró la lujosa y costosa casa presidencial, bajo su salario a la mitad y la de todos los funcionarios públicos (incluidos parlamentarios). Suprimió viáticos y servicios médicos especiales para los funcionarios, así como las pensiones de los odiados ex presidentes y otras medidas de ese tipo.

Una de las acciones que le ganó popularidad fue que combatió el robo de gasolina que bandas del crimen organizado llevaban a cabo en los ductos de Petróleos Mexicanos (Pemex) en complicidad con funcionarios federales que llegó a representar cerca de 800 millones de dólares al año. Dicha medida causo escasez de gasolina en todo el país, pero la gente apoyó.

En general su programa de gobierno se centra en la lucha contra la corrupción, de donde dice, se rescatarán 25 mil millones de dólares. Sin embargo, aun cuando se consiguiera obtener esa cantidad en lo inmediato, cosa imposible, no basta para atacar de raíz la pobreza de casi 70 millones –20 en pobreza extrema—de mexicanos.[6] Menos cuando ha reiterado en múltiples oportunidades, que no va a aumentar los impuestos (léase: las grandes empresas seguirán sin pagar impuestos).

Para López Obrador el capitalismo es un sistema económico que se puede modernizar y humanizar y en esa línea conciliar los intereses de explotados y explotadores. Se trata de retomar lenguaje y acciones de los antiguos gobiernos postrevolucionarios como el desarrollismo de la postguerra y la búsqueda de la “justicia social”, entendida como una reducción de las desigualdades entre riqueza y miseria.

Desde el punto de vista político, aunque se dice respetuoso de las libertades democráticas, se apoya en la burocracia sindical para controlar al movimiento obrero, y no les gustan las huelgas ni las movilizaciones independientes de los trabajadores. En general nada que sea organizarse desde abajo ni levantar programas propios de los trabajadores y el pueblo.

Con respecto al imperio, López Obrador está en la mejor disposición de cumplir todos los “compromisos” para pagar la deuda interna y externa, definitivamente fraudulentas, y al propio Fondo Monetario Internacional.

Su condición de subordinación se prueba una y otra vez en todos los rubros: reforma educativa, laboral, energética y de seguridad. En este último caso –tomando en cuenta que la estabilidad de México es un problema de seguridad nacional para nuestros vecinos del norte— esta política está subordinada a la estrategia del U.S. Department of Homeland Security. La creación de la Guardia Nacional se inscribe en esta política.

[1] Pasó de 85 por ciento en las primeras semanas de su gobierno (diciembre de 2018) al 78 por ciento en abril de este año. (https://politica.expansion.mx/presidencia/2019/04/03/popularidad-de-amlo-se-mantiene)

[2] El País. https://elpais.com/economia/2018/01/13/actualidad/1515809534_735491.html

[3] (https://es.inflation.eu/tasas-de-inflacion/mexico/inflacion-ipc-actual-mexico.aspx)

[4] https://www.jornada.com.mx/2019/06/04/opinion/016a2pol#

[5] Seguidor de Benito Juárez que a mediados del siglo XIX lideró una durísima lucha por la separación de la Iglesia y el Estado.

[6] El total de la población del país ronda los 120 millones.