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Una nota sobre la extrema derecha en Brasil

 

Posteado el 22 de octubre de 2017 (fecha del post) en André Freire, Colaboradores, Política nacional, Temas (categoría del post).

Por André Freire, columnista del portal Esquerda Online

Si el Partido Comunista es el partido de la esperanza revolucionaria, el fascismo, como movimiento de masas, es el partido de la desesperanza contrarrevolucionaria. El fascismo es un movimiento espontáneo de grandes masas (…) de origen plebeyo dirigido y financiado por las grandes corporaciones capitalistas. Se formó en la pequeña burguesía, en el lumpemproletariado y, hasta cierto punto, también en las masas proletarias; (los) dirigentes emplean una buena cantidad de demagogia socialista, la cual es necesaria para la formación del movimiento de masas… Su base genuina es la pequeña burguesía. (1)

Leon Trotsky

El crecimiento de la influencia de Jair Bolsonaro y de la extrema derecha señala una amenaza y, por lo tanto, impone una nueva elaboración sobre la mejor forma de combatirlos. Estamos ante un doble peligro: subestimar o sobrestimar su lugar. El principal representante de esta extrema derecha en Brasil figura en segundo lugar en las encuestas presidenciales de intenciones de voto para 2018. Tiene grandes posibilidades de ir a una eventual segunda vuelta. Esto ya es más que suficiente para que le demos gran importancia al estudio de cómo llegó hasta aquí, y preparar un duro combate político, programático e ideológico.

No hay peligro de golpe militar

Identificar el fortalecimiento de las ideas conservadoras y, en especial, del proyecto de la extrema derecha en Brasil no autoriza a concluir que estamos ante el peligro de un golpe militar. El golpe institucional de 2016 fue una respuesta política que unificó a la clase dominante y abrió el camino para el ajuste económico y social. El de Temer es un gobierno impopular, el más impopular de la historia, pero mantiene el apoyo de la clase dominante y de sectores en las clases medias para llegar hasta el final de su mandato. (2)

Agitar el peligro de un golpe militar sería alarmismo. El alarmismo solo sirve para diseminar miedo, inseguridad, pánico y, finalmente, desmoralización.

No hay peligro real e inmediato de un intento de intervención militar en Brasil. Ninguna fracción importante de la burguesía está hoy considerando un proyecto de acuartelamiento para imponer un régimen bonapartista, para garantizar los ajustes económico-sociales necesarios para el reposicionamiento de Brasil en el mercado mundial. Intentar predecir lo que puede suceder dentro de un año o dos es imposible porque el volumen de variables a considerar es inalcanzable. No podemos luchar contra peligros imaginarios. Debemos concentrarnos en la lucha contra los peligros inmediatos.

No hay peligro inminente de golpe, en última instancia y esencialmente, porque no hay peligro de revolución. Un golpe no es necesario para la burguesía. La ausencia de un amplio y radicalizado movimiento de la clase obrera y de sus aliados que amenace la dominación de la burguesía hace que las grandes empresas y bancos no apoyen una intervención militar.

Esto no quiere decir que declaraciones provocativas e impunes de generales de la activa no sean importantes, y no deban ser enérgicamente combatidas y denunciadas. Esas declaraciones señalan, de forma inequívoca, que la extrema derecha mantiene posiciones en la alta jerarquía de las Fuerzas Armadas. La inmensa mayoría de la clase dominante todavía apuesta, con todo, a la continuidad de las contrarreformas iniciadas por el gobierno de Temer a través de la victoria de un candidato de su confianza en las elecciones de 2018.

El resultado de las elecciones de 2018 es imprevisible, pero Bolsonaro no es favorito

El cuadro para las elecciones presidenciales de 2018 aún está muy abierto. Hay elementos de esta ecuación que aún no están resueltos, como un posible impedimento jurídico a una candidatura de Lula. En este controvertido escenario, no debemos descartar resultados imprevisibles, aunque hoy no sean los más probables.

Por lo tanto, tampoco es razonable prever que Bolsonaro pueda vencer las elecciones de 2018. Dicho de otra forma, aunque la repercusión de las ideas de la extrema derecha y de Bolsonaro haya aumentado vertiginosamente, es muy improbable que pueda vencer en las elecciones. (3) Bolsonaro no conquistó un partido político con implantación nacional y conexiones a nivel regional, lo que limitará su tiempo de exposición en la televisión. Aunque se ha fortalecido mucho, electoralmente, el rechazo a Bolsonaro está en niveles muy elevados, y continúa creciendo. (4)

Esto no significa que no pueda alcanzar una eventual segunda vuelta, con todas las terribles consecuencias previsibles. (5) Sería un gravísimo error no encarar el enfrentamiento con la extrema derecha, principalmente con la excusa de que no está colocada su llegada al poder en un período más inmediato.

A pesar de que la mayoría de la burguesía no lo considera hoy un interlocutor de sus proyectos, no está descartado que fracciones lo consideren útil en el futuro. El peligro es, por lo tanto, serio. Subestimar el riesgo que su proyecto, sus ideas y su papel político representan sería una claudicación. O incluso un error que dejaría secuelas, potencialmente devastadoras.

La extrema derecha neofascista ya conquistó influencia electoral de masas

Minimizar el peligro que Bolsonaro representa sería una grave miopía política. (6) Él responde a la demanda de un liderazgo fuerte frente a la corrupción en el gobierno; de comandante frente al agravamiento de la crisis de la seguridad pública; de resentimiento ante el aumento del peso de los impuestos sobre la clase media; de ruina de pequeños negocios ante la regresión económica; de pauperización ante la inflación de los costos de la educación, salud y seguridad privadas; de orden ante las huelgas y manifestaciones; de autoridad ante el impasse de la disputa política entre las instituciones; de orgullo nacional ante la regresión económica de los últimos cuatro años.

Responde, también, a la nostalgia de las dos décadas de la dictadura militar en franjas de las clases medias exasperadas. Pero eso no fue suficiente, conquistó visibilidad dando expresión a la resistencia de ambientes sociales atrasados ​​y reaccionarios a la lucha del feminismo, del movimiento negro y LGBT, o incluso de los ecologistas.

Prevalece en la población la idea de que Bolsonaro es un radical, pero no hay claridad sobre el hecho de que él es el líder de una extrema derecha neofascista. Está difundida también la impresión de que él sería oposición a “todo lo que está ahí”, pero no se entiende que su compromiso es con la preservación del mismo orden económico-social que explica el actual estado de cosas.

La militancia de izquierda tiene, afortunadamente, la opinión de que Bolsonaro es un fascista. Bolsonaro es, copn certeza,  un neofascista. Esta reacción es progresiva y revela una buena intuición política. Confirma que en lo mejor de la vanguardia hay reservas. Ellas serán vitales para poder construir un movimiento de masas antifascista.

Es necesario ser riguroso cuando estudiamos a nuestros enemigos. Quien no sabe contra quien lucha no puede vencer. La calificación de cualquier corriente política o liderazgo de ultraderecha como fascista es una generalización apresurada, históricamente errónea y políticamente, ineficaz. El fascismo es un peligro tan serio que debemos ser serenos en su definición. Toda la extrema derecha es radicalmente reaccionaria, pero no toda la extrema derecha es fascista. Es necesario evaluar, ponderar, calibrar, calificar con cuidado a nuestros enemigos. La base social del conservadurismo religioso neopentecostal, por ejemplo, se inclina hacia posiciones muy reaccionarias, en algunos aspectos, pero no es fascista.

Sin embargo, Bolsonaro es un líder neofascista: su retórica nacionalista exasperada, sus discursos exaltados en defensa de la represión, sus posiciones anticomunistas primitivas son expresión del fascismo contemporáneo en un país dependiente.

No hay un movimiento neofascista de masas en Brasil

La base social y electoral de Bolsonaro fue conquistada en disputa contra el PSDB, hasta hoy la principal dirección moral de la clase dominante y responde al llamamiento de un discurso neofascista: es el fascismo de la etapa internacional en que vivimos. Uno de los rasgos de esta etapa es que la burguesía brasileña percibe que el peligro de una revolución social no es inminente. La extrema derecha, por lo tanto, es una corriente de opinión electoral, pero no es todavía un movimiento de masas fascistas. Hay, sin embargo, varios núcleos militantes de una nueva derecha ultraconservadora, entre ellos, el Movimiento Brasil Libre (MBL), que aún no se ha desplazado para el apoyo a Bolsonaro, se ha convertido en un movimiento muy peligroso.

Bolsonaro no es sólo un personaje bizarro, grotesco, y folclórico como fue Enéas Carneiro del Prona, en 1989. Tampoco se debe reducir su influencia comparándolo con el Pastor Everaldo, candidato del Partido Social Cristiano (PSC) en las elecciones de 2014, con el apoyo de la Asamblea de Dios, y un programa económico-social ultraliberal, asociado al conservadurismo en las costumbres.

Bolsonaro está presente en la lucha política desde hace treinta años, y ya acumuló seis mandatos de diputado federal, pero no se puede comprender el lugar, cualitativamente, diferente que ocupa hoy sin analizar el papel de la Lava Jato desde 2014, y la apropiación histórica de la bandera anticorrupción por sectores de la clase dominante. Fracciones de la burguesía brasileña ya usaron esa bandera en sus luchas intestinas en 1954 para derribar a Getúlio Vargas, en 1960 para elegir a Janio Quadros, en 1964 para legitimar el golpe militar, en 1989 para elegir a Collor de Melo, y en 2016 para fundamentar el impeachment de Dilma Rousseff.

A partir de junio de 2013 y, sobre todo tras la derrota de Aécio Neves en las elecciones de 2014, la burguesía se dividió en dos grandes fracciones. Esta división se mantuvo y se agravó entre diciembre de 2014 y enero de 2016. La discordia se concentraba en torno a la actitud ante el cuarto mandato del PT: mientras un sector presionaba a Rousseff a hacer el ajuste fiscal y las contrarreformas económicas y sociales, como la reforma laboral y de la seguridad social, otro sector se desplazaba hacia el impeachment.

Bolsonaro pasó a tener una audiencia de masas en capas de la clase media, pero no sólo ahí. En la juventud obrera ya se encuentran muchos partidarios suyos en las fábricas. Su influencia no se restringe, por tanto, solo a las franjas adultas y nostálgicas de la dictadura militar. Está en segundo lugar en las encuestas de opinión como candidato a la presidencia. Ya alcanzó una preferencia electoral superior al 15%, si consideramos los márgenes de error, e incluso un poco más alta entre aquellos entre 16 y 24 años de edad. Tiene gran simpatía dentro de las Fuerzas Armadas y Policías Militares. Recorre el país y reúne pequeñas multitudes por donde pasa.

Bolsonaro es un provocador, como tantos otros en la extrema derecha. Sin embargo, es más peligroso que todos los demás. Ocupa un espacio político agigantado, después de 2013, y de cuatro años de regresión económica. La extrema derecha “salió del armario” con Bolsonaro en las manifestaciones callejeras en 2015/16, treinta años después del fin de la dictadura. En ese intervalo histórico, de una generación, ella continuó existiendo, pero fue una corriente marginal. Ya no es marginal. Está posicionada con cara propia y con fuerza para la próxima campaña electoral.

La profundidad de la crisis económica elevó la temperatura del malestar social, pero no surgió todavía un movimiento de masas de tipo fascista en Brasil. El cambio en la correlación de fuerzas entre las clases, que culminó en las manifestaciones callejeras de los amarillos en el 2015/16, expresó el giro reaccionario de capas de la clase media que querían derrocar al gobierno de colaboración de clases liderado por el PT.

Debemos ser criteriosos en la caracterización de este proceso. Necesitamos prudencia para calibrar bien todos los factores, porque las exageraciones o los impresionismos pueden tener consecuencias irreversibles. Las movilizaciones de apoyo a la Lava Jato por el impeachment no tuvieron, evidentemente, una dinámica progresiva, a pesar de la retórica anticorrupción. Fueron manifestaciones reaccionarias. Grupos fascistas salieron a las calles con sus banderas pidiendo una intervención militar, pero no consiguieron imponer una dinámica fascista a este movimiento reaccionario.

El triunfo de estas movilizaciones que llevaron algunos millones a las calles y culminaron con la caída de Rousseff, abrió una situación defensiva. Permitió la posesión del gobierno de Michel Temer, con mayoría en el Congreso Nacional, la aceleración del programa de contrarreformas y favoreció el crecimiento de la influencia de la extrema derecha y del prestigio de Bolsonaro. Sin embargo, esas movilizaciones no fueron el embrión de un movimiento de masas fascistas.

Sería equivocado, por lo tanto, simplificar el papel de Bolsonaro y reducirlo a un demagogo electoral inofensivo de extrema derecha. Su candidatura es, por ahora, un instrumento al servicio de un proyecto semifascista de tipo bonapartista que necesita ser derrotado antes de que crezca aún más.

Los criterios para la caracterización de una corriente política son varios. Debemos considerar su historia y su dirección, la naturaleza de clase de sus miembros y, también, de su base social y electoral, sus ideas o su programa, el origen, el volumen y las relaciones de sus finanzas, sus relaciones internacionales, entre otros factores.

Tres tesis de Leon Trotsky sobre el fascismo (7)

Ernest Mandel resumió la elaboración de Trotsky sobre el fascismo en tres tesis:

(a) El surgimiento del fascismo (8) fue una de las respuestas políticas de la burguesía ante una crisis social de tipo terminal del Capitalismo, en su época de decadencia histórica, de una crisis estructural que, como en los años 1929-1933, puede coincidir con una crisis económica cíclica de superproducción, pero que sobrepasa las secuelas de una oscilación coyuntural.

En la época del imperialismo, la dominación de la burguesía se ejerce mejor, o con mayor ventaja, o sea, con costos y riesgos menores, a través de regímenes de democracia burguesa. Ofrecen, entre otras, una doble ventaja: desarman las contradicciones explosivas de la sociedad a través de algunas limitadas reformas sociales; facilitan la participación, directamente, en el ejercicio del poder político, de la burguesía, a través de sus partidos.

Esta forma de dominación de la burguesía está, sin embargo, condicionada por un equilibrio de las relaciones de fuerzas sociales y políticas, o sea, por la capacidad de dominio de la clase trabajadora, y por la estabilidad de las instituciones. El fascismo puede desempeñar un papel dirigente cuando este equilibrio es destruido por la crisis económica y social. El fascismo abre el camino hacia el poder cuando no le queda más a la burguesía, ante el peligro de la revolución, sino una salida: experimentar, al precio de la renuncia al ejercicio directo del poder político, la instalación de una forma superior de centralización del poder del Estado para la realización de sus intereses históricos. Por lo tanto, cuando la burguesía se ve obligada a aceptar su propia “expropiación” política, aunque transitoria, por el fascismo. Podemos agregar que, en un país dependiente, un partido fascista no puede llegar al poder sin el apoyo de una potencia imperialista.

(b) En la época del imperialismo, una centralización tan fuerte del poder de Estado que implica la destrucción de la mayor parte de las conquistas del movimiento obrero contemporáneo, en particular de todos los “gérmenes de democracia proletaria en el marco de la democracia burguesa” como Trotsky califica las organizaciones del movimiento obrero, es irrealizable por medios puramente técnicos, o sea, represivos.

Una dictadura militar, o un Estado puramente policial, no dispone de medios suficientes para atomizar y desmoralizar indefinidamente una clase trabajadora de varios millones de individuos con una historia previa de autoorganización. Para ello es necesario un movimiento de masas reaccionario que movilice millones en las calles. Solo un movimiento de masas puede diezmar la franja más consciente del proletariado por el terror sistemático, por una guerra de combates callejeros y, tras la toma del poder, dejar al proletariado no solo abatido, como consecuencia de la destrucción total de sus organizaciones de masas, sino también desanimado o aplastado.

Un movimiento de masas fascistas solo puede surgir en la pequeña burguesía. Cuando la pequeña burguesía es golpeada desesperadamente por la crisis estructural del capitalismo al punto de caer en la desesperanza (inflación, quiebra de los pequeños patrones, desempleo masivo de los diplomados, de los técnicos y de los empleados superiores, etc.), es entonces que, al menos, en una parte de esta clase, surge un movimiento que mezcla reminiscencias ideológicas y resentimiento psicológico, que une un nacionalismo extremo a una demagogia violenta por lo menos en palabras, una profunda hostilidad hacia el movimiento obrero organizado (“ni marxismo”, “ni comunismo” ). Después de una fase de desarrollo independiente permitiendo convertirse en un movimiento de masas, necesita el apoyo financiero y político de fracciones importantes del capital, para subir al poder.

(c) La aniquilación previa del movimiento obrero, cuando la dictadura fascista quiere cumplir su papel histórico, solo se hace posible, sin embargo, si en el período precedente a la toma del poder, el fiel de la balanza pende de manera decisiva en favor de las bandas fascistas; el ascenso de un movimiento fascista de masas es, en cierto modo, una institucionalización de la guerra civil, donde, sin embargo, las dos partes tienen, objetivamente, una oportunidad de ganar.

Esta es la razón por la que la gran burguesía no apoya ni financia tales experiencias sino en condiciones excepcionales, “anormales”, porque esta política de “todo o nada” significa muchos riesgos. Si los fascistas logran barrer al enemigo, es decir, la clase obrera organizada, la victoria está asegurada. Si, por el contrario, el movimiento obrero consigue repeler el ataque, y toma la iniciativa, infligirá una derrota decisiva no solo al fascismo, sino también al capitalismo que lo engendró. Esto se debe a razones técnico-políticas y socio-psicológicas.

De entrada, las bandas fascistas no organizan sino la fracción más decidida y más desesperada de la pequeña burguesía (su fracción “enraizada”). La masa de los pequeños burgueses, así como la parte poco consciente y desorganizada de los asalariados, sobre todo de los jóvenes obreros y empleados, oscilará entre los dos campos. Ellos tenderán a alinearse del lado de aquel que manifieste mayor audacia y espíritu de iniciativa, ellos apuestan al “caballo ganador”.

La dictadura fascista no defiende los intereses históricos de la pequeña burguesía sino los del capital monopolista. Una vez esta tendencia realizada, la base de masa activa y consciente del fascismo, necesariamente se retrae. La dictadura fascista tiende ella misma a destruir y reducir su base de masa. Las bandas fascistas se convierten en apéndices de la policía. En su fase de declive, el fascismo se vuelve de nuevo en una forma particular de bonapartismo.

A ditadura fascista defende não os interesses históricos da pequena burguesia, mas os do capital monopolista. Uma vez esta tendência realizada, a base de massa ativa e consciente do fascismo, necessariamente, retrai-se. A ditadura fascista tende ela própria a destruir e reduzir a sua base de massa. Os bandos fascistas tornam-se apêndices da polícia. Na sua fase de declínio, o fascismo torna-se de novo numa forma particular de bonapartismo.

Dominación burguesa y fascismo en Brasil

La construcción del Estado Nación brasileño siempre ha sido marcada por un fuerte rasgo autoritario. La dominación política fue ejercida, implacablemente, por una burguesía que aceptó, desde la independencia, su lugar subordinado en el mercado mundial y en el sistema internacional de Estados.

Es siempre útil enfatizar que el proyecto económico desarrollado por la colonización portuguesa y posteriormente por la élite que asumió el control del Estado tras el pacto de independencia, siempre se apoyó en la esclavitud del pueblo negro, traído a la fuerza por el tráfico negrero desde África.

Los ciclos económicos cambiaron, vivimos la fase de la caña de azúcar, del oro o del café, entre otros, pero la mano de obra mayoritaria fue del negro esclavizado. Los 350 años de esclavización de los negros dejan profundas huellas, hasta hoy, con destaque para la ideología reaccionaria del racismo.

El Estado brasileño fue forjado por las élites sobre el exterminio de los indígenas y de los negros, y en la represión violenta de toda revuelta o insurrección realizada por los sectores populares que resistían a esa terrible explotación y opresión.

La referencia histórica positiva en relación a un tal papel conquistador de los llamados “banderantes”, o “paulistas”, esconde su papel de “tropa de choque” de la elite colonial, destacándose en la caza y esclavización de los indígenas y negros, en la represión sanguinaria revueltas de los indios, de los Quilombos y de las rebeliones de los esclavizados negros.

La propia formación y consolidación del Ejército en Brasil fue fruto de la represión violenta de todo movimiento interno que cuestionase el estatus quo. Y, posteriormente, la proclamación de la República fue un movimiento realizado fundamentalmente por la elite militar sin, prácticamente, ninguna participación popular.

Sin embargo, será en la década del 30 del siglo pasado, que asistiremos al fortalecimiento del pensamiento autoritario. Por ejemplo, con el surgimiento del Movimiento Integralista, liderado por Plínio Salgado, expresión nacional de otros movimientos europeos de cuño fascista y nazista. Este movimiento llegó a organizar grandes manifestaciones con banderas directamente fascistas, y tuvo consentimiento, por un período, del propio gobierno de Vargas.

Durante la década del 30, también comienza la dictadura del Estado Nuevo (1937-1945), encabezada por Getúlio Vargas. En ese período vimos a la presencia de algunas de las características autoritarias de otros gobiernos europeos de este período, como la fuerte represión y persecución de toda oposición, especialmente a los comunistas del PCB.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, tenemos en Brasil el fin de la Dictadura del Estado Novo, abriendo un corto período de un régimen democrático burgués, aunque con muchas limitaciones. Una de estas graves limitaciones fue que el PCB, que había logrado su legalidad poco después de la caída del Estado Nuevo, ya en 1947, después del gran desempeño en las elecciones para la Constituyente de 1946, fue nuevamente ilegalidazado, ya como efecto de la llamada “Guerra Fría” y de la alineación del gobierno brasileño a los Estados Unidos.

Este breve período de una limitadísima democracia burguesa, es interrumpido por un golpe militar en 1964, encabezado nuevamente por los militares, con amplio apoyo del gobierno de EE. UU. y de las clases medias brasileñas.

Este golpe cambió el régimen político, contrariando incluso la previsión de algunos políticos civiles que apoyaron al movimiento golpista, creyendo que los militares entregarían rápidamente el poder a un político civil. En realidad, inauguró un período de más de dos décadas de una dictadura militar violenta, que transformó en política de Estado las prácticas de persecución, encarcelamiento, tortura y asesinatos en serie.

El proceso de redemocratización iniciado a fines de la década del 70 tiene un salto con el gran movimiento de las Directas Ya, que llevó a millones de brasileños a las calles. Pero la llamada transición democrática, al fin y al cabo, se dio sobre el control de las élites políticas y económicas, especialmente con la elección indirecta de un presidente en 1985, postergando las elecciones directas para presidente sólo para 1989.

Desde la nueva Constitución de 1988 a las elecciones presidenciales de 1989, vivimos un período de casi tres décadas con elecciones regulares. Es el mayor período de persistencia de un régimen democrático, pese a todas sus grandes limitaciones.

Sin embargo, sería un error grave pensar que este período haya significado una superación de la fuerte presencia del pensamiento autoritario en la clase dominante brasileña. Fundamentalmente porque esta democracia que vivimos, en realidad, se revela muchas veces como formal.

En la práctica, vivimos una dictadura económica contra el pueblo trabajador, y las élites económicas y políticas utilizan, siempre que sea necesaria para su dominación de clase, una fuerte represión a los movimientos de los trabajadores y del conjunto de los explotados y oprimidos.

La llegada del PT al gobierno federal, a principios de los años 2000, podría haber significado una ruptura con esta historia de dominación de clase, asentada en un fuerte autoritarismo contra la mayoría del pueblo, especialmente contra los movimientos sociales que cuestionan la explotación y las opresiones.

Sin embargo, los 13 años y medio de gobiernos petistas y, principalmente, su desenlace con el impeachment del 2016, demostraron el fracaso de la política de conciliación de clases -alianza con el gran empresariado brasileño y con partidos de la vieja derecha- y de la aplicación de un programa que, esencialmente, en nada rompió con los intereses de las grandes empresas y bancos.

En vez de cambiar efectivamente a Brasil, el PT hizo surgir, desde dentro de su propio gobierno y de sus alianzas de poder, el núcleo político central que estuvo al frente del golpe parlamentario del impeachment, y sostiene políticamente al gobierno ilegítimo de Temer.

En realidad, con la intensificación de la crisis económica hemos visto el fracaso de la política de reformas bien limitadas del PT. Las manifestaciones iniciadas en junio de 2013 ya expresaban el agotamiento de este modelo. Pero, desafortunadamente, este movimiento ha sido interrumpido.

Las manifestaciones reaccionarias formadas, mayoritariamente, por las clases medias y dirigidas por la derecha y una nueva derecha, iniciadas en marzo de 2015, ya eran la expresión de un cambio en la correlación de fuerzas, contra el pueblo trabajador. Las reformas reaccionarias propuestas por el gobierno ilegítimo de Temer y aprobadas en el Congreso Nacional, son la expresión más nítida de este proceso.

De hecho, en la estela de la quiebra política de los gobiernos de conciliación de clases del PT, vemos nuevamente la presencia, persistencia e intensificación del pensamiento autoritario en la política nacional.

Desgraciadamente, hoy podemos identificar este fortalecimiento en varios frentes distintos. Sea en cambios en la legislación ampliando leyes represivas y de protección de los agentes de la represión; en el surgimiento de nuevos movimientos de derecha, como el MBL, con fuerte cuño liberal, reaccionario y conservador; en las declaraciones de importantes comandantes de las FF. AA. a favor de una intervención militar ante el agravamiento del cuadro de crisis política, principalmente debido a los escándalos de corrupción; y, principalmente, en el crecimiento electoral de la figura siniestra de Jair Bolsonaro, que goza hoy de amplia simpatía en las clases medias y, desgraciadamente, en parcelas cada vez mayores de la juventud y de los trabajadores.

Por lo tanto, es urgente que la izquierda socialista y los movimientos de la clase trabajadora y del conjunto de los explotados y oprimidos identifiquen el fortalecimiento del pensamiento conservador, de una nueva derecha extremadamente reaccionaria y, principalmente, de la extrema derecha. Identificar con nitidez este proceso será importante para que definamos las tareas políticas de un movimiento de resistencia, que enfrente y buscque derrotar a sus principales agentes políticos en la actualidad, como el MBL y, principalmente, el neofascismo de Bolsonaro.

Como combatir la extrema derecha y el neofascismo

Esas son un poco de las terribles ideas difundidas por Jair Bolsonaro y sus aliados:

“El error de la dictadura fue torturar y no matar” “Pinochet debría haber matado más gente” “Sería incapaz de amar a un jijo homosexual. Prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí” “No te violo porque no lo mereces”  “Yo no corro ese riesgo, mis hijos fueron muy bien educados” “La PM debería haber matado 1.000 y no 111 presos”  “No voy a combatir ni discriminar, pero si veo a dos hombres besándose en la calle, los voy a golpear”  “Mujer debe ganar salario menor porque se embaraza”.

Aplazar este combate por una visión que minimice el peso ya adquirido por la extrema derecha en el escenario político actual brasileño, se revela un crimen político. Al final, antes de llegar a la condición de ascender al poder, estas fuerzas extremadamente reaccionarias harán un gran mal al movimiento organizado de los trabajadores, de los oprimidos y de la mayoría del pueblo. Dejar este combate para el momento en que ellos tengan condiciones inmediatas de llegar al poder de Estado, es, seguramente, preparar una derrota estratégica de los trabajadores y de la izquierda socialista de conjunto.

Bolsonaro encarna las ideas ultrareaccionarias contra los derechos civiles en general, y principalmente contra las reivindicaciones democráticas de los sectores oprimidos, como las mujeres, los negros (as) y los LGBT. Practica no solo la defensa contundente del machismo, el racismo y la homofobia, sino que hace apología de la represión de todo el movimiento realizado por estos sectores brutalmente oprimidos en nuestra sociedad.

Evidentemente, sus armas siempre están dirigidas también para combatir las huelgas y movilizaciones de los trabajadores, que siempre se usan con otra excusa para su discurso de odio, marcado principalmente por la defensa de la dictadura en el pasado y de una nueva intervención militar en el presente y en el presente futuro inmediato.

En este momento, busca asociarse a otras vertientes conservadoras brasileñas, para ampliar su capilaridad, tales como una parte de las iglesias pentecostales y sectores empresariales, sobre todo del agronegocio. Su reciente viaje a Estados Unidos revela también una preocupación de buscar ser políticamente viable entre sectores del imperialismo estadounidense.

Él apoya y se nutre en una escalada de la criminalización de los movimientos sociales y de la pobreza. Por ejemplo, como vimos aún en el gobierno de Dilma (PT), con la represión las manifestaciones que se iniciaron en junio de 2013, y prosiguieron en las protestas que cuestionaban los gastos y la corrupción en la Copa y en las Olimpiadas.

La llamada ley antiterrorista, sancionada por la expresidenta petista, y la intensificación de esa política represiva ahora en el gobierno ilegítimo de Temer, con la amenaza del uso de las FF. AA. contra las manifestaciones en Brasilia y la nueva ley que asegura el juicio ante un tribunal militar para sus agentes aun cuando ellos atenten contra civiles, son los aspectos institucionales y legales de una escalada represiva que tiene como blancos principales al movimiento independiente de la clase obrera y a la izquierda socialista.

De la misma forma, la excusa de la fracasada guerra a las drogas, esconde una política de verdadero exterminio del pueblo pobre y mayoritariamente negro, principalmente lanzada por las Policías Militares y la Fuerza Nacional Seguridad contra la juventud negra de las periferias de las grandes ciudades brasileñas.

Dentro de esta escalada represiva podemos identificar también el papel nocivo de nuevos agentes de derecha, como el MBL, que ya viene actuando contra las organizaciones de la clase obrera, como por ejemplo, en São José dos Campos-SP contra el Sindicato de Metalúrgicos y en Natal-RN contra los sindicatos y la propia Justicia del Trabajo. De la misma forma, vemos su actuación contra los movimientos sociales, especialmente contra las ocupaciones urbanas del MTST y del Frente Pueblo Sin Miedo.

Por lo tanto, la lucha contra la extrema derecha es una tarea del momento y urgente. Debe comenzar por combatir sus ideas extremadamente reaccionarias entre los trabajadores y la juventud. La izquierda socialista y las organizaciones de la clase trabajadora necesitan lanzar una campaña política común, contra las ideas y el proyecto de la extrema derecha, especialmente contra el neofascista Bolsonaro, para que ellas paren de crecer e incluso retrocedan entre los trabajadores y la juventud.

Necesitamos realizar un combate político, programático e ideológico frontal, sin tregua. Si parcelas significativas de la clase trabajadora y de los estudiantes se acercan y se adhieren al proyecto neofascista de Bolsonaro y de sus aliados, podemos revivir los momentos más trágicos de nuestra historia política reciente.

La lucha por barrer las ideas y el proyecto neofascista de Bolsonaro de la conciencia de los trabajadores y de la juventud comienza por una disputa política, pero debe llegar a una acción concreta, al combate a sus iniciativas, especialmente cuando ellas se vuelven directamente al movimiento de los trabajadores, de la juventud y de los oprimidos. Esta campaña debe ser asumida por todas las organizaciones sindicales, estudiantiles, por los movimientos sociales, partidos de izquierda y organizaciones socialistas.

En este proceso de enfrentamiento, no se debe descartar la necesidad de construir brigadas de autodefensa de los trabajadores, de la juventud y de los oprimidos, que eviten la acción de intimidación de la extrema derecha y sus agentes políticos y paramilitares.

Los movimientos sociales y la izquierda socialista deben asimilar la comprensión de que el combate al neofascismo no debe limitarse a un combate meramente electoral contra Bolsonaro. Nuestra visión debe comenzar por no defender libertades y espacios democráticos para aquellos que quieren el retorno de la dictadura militar, la represión violenta de los movimientos sociales, la opresión racista, machista y LGBTfóbica, la censura a las artes y el oscurantismo contra la ciencia. Es decir, defendemos que ningún espacio político y democrático sea garantizado para aquellos que defienden el fin de toda libertad democrática para los trabajadores y la mayoría del pueblo.

Construir el Frente Único Antifascista

“La Liga entonces decidió impulsar la creación de un Frente Único Antifascista (FUA) y de su portavoz, el diario El Hombre Libre, en este mayo de 1933. La FUA fue fundada en junio de 1933, agrupando trotskistas, socialista, sindicatos, inmigrantes, sobre todo italianos, y, en determinados momentos, hasta los comunistas”.

Dainis Karepovs

Para ser coherentes con la necesidad urgente de enfrentar las ideas y el proyecto neofascista y de extrema derecha proponemos al conjunto de los movimientos de la clase trabajadora, a los movimientos sociales, de la juventud y de los oprimidos, la construcción de un amplio Frente Único Antifascista.

En la historia del movimiento obrero brasileño, nos enorgullecemos del Frente Único Antifascista construido, sobre todo en São Paulo, en los años 1933 y 1934, para enfrentar políticamente y militarmente la ofensiva del proyecto integralista, encabezado por Plinio Salgado.

Esta construcción tuvo como su “punto alto” la llamada “Batalha da Praça da Sé”, cuando los trabajadores y jóvenes, organizados por el Frente Único Antifascista, derrotaron una manifestación reaccionaria y antidemocrática liderada por el Movimiento Integralista.

Nos enorgullece aún más el papel destacado de la Liga Comunista, organización política marxista ligada a la Oposición de Izquierda Internacional y bajo la orientación política de las ideas del revolucionario ruso Leon Trotsky, en la propuesta y organización del Frente Único Antifascista, principalmente en São Paulo.

La política de los trotskistas brasileños en este episodio fue de gran relevancia para construir la necesaria unidad del movimiento de la clase trabajadora y de la izquierda en general, y fue fundamental para desmoralizar y derrotar a las bandas fascistas del movimiento integralista.

Apoyados en este ejemplo histórico, queremos retomar esta propuesta, cuando nuevamente la extrema derecha y el neofascismo comienzan a colocar sus “alas de afuera”. Ante este escenario, es necesario que la clase trabajadora, la juventud y los oprimidos “cierren los puños” contra los nuevos agentes de este proyecto ultrarreacionario.

Este nuevo Frente Único Antifascista debe ser construido fundamentalmente a partir de las organizaciones de la clase trabajadora: centrales sindicales, sindicatos, partidos y movimientos populares, porque solo la clase trabajadora  tiene, como clase social, un antagonismo absoluto con el proyecto de la ultraderecha y neofascista, que no es más que la defensa más radicalizada de los mismos intereses económicos y políticos de la burguesía.

Este Frente Único Antifascista debe ser construido para organizar una campaña política y acciones que apunten a derrotar a Bolsonaro y sus aliados. Por eso, debe incorporar en su interior a las organizaciones de los movimientos de la juventud y de los oprimidos, y de la misma forma, los partidos de izquierda y las organizaciones políticas de la izquierda socialista.

En la construcción de sus acciones políticas y movilizaciones, ese Frente Único Antifascista debe estar dispuesto a hacer unidad de acción con todos los sectores democráticos que se opongan a las ideas más nocivas de la extrema derecha y del neofascismo.

La misma firmeza política para que este Frente Único Antifascista sea hegemonizado por los movimientos de la clase trabajadora, debe ser combinada con una flexibilidad táctica para que sus acciones sean construidas siempre de forma amplia, incorporando a todos los que de alguna forma se opongan al neofascismo, y estén dispuestos a enfrentarlo políticamente y con acciones concretas. Cuando sea necesario, incluso, constituyendo comités para organizar esas acciones y actividades específicas.

La construcción de forma más amplia posible de las acciones unitarias contra el neofascismo y la extrema derecha no debe confundirse con una alianza política o un frente permanente con sectores de la pequeña burguesía o de la burguesía que mantengan políticamente la defensa del régimen democrático.

Ante el fortalecimiento del neofascismo, más que nunca los trabajadores deben organizarse de forma independiente, sea en sus sindicatos, movimientos sociales o en los partidos políticos identificados con el pueblo trabajador.

Y, también en las elecciones de 2018, debemos presentar una alternativa política independiente de los trabajadores y de la izquierda socialista, un verdadero Frente de Izquierda Socialista, formado por el PSOL, PSTU, PCB, movimientos sociales combativos como el MTST y ligados al Frente Pueblo Sin Miedo y las organizaciones socialistas aún sin legalidad.

Una nueva alternativa política que enfrente de forma contundente a la nueva derecha, a la extrema derecha y al neofascismo, pero que sea al mismo tiempo una superación por la izquierda del proyecto de alianza con las grandes empresas y bancos defendida por la dirección del PT.

La lucha contra el neofascismo no debe ser, prioritariamente, electoral, aunque también en el terreno de las elecciones ese combate debe ser hecho sin treguas. Pero él debe comenzar inmediatamente a partir de acciones concretas y de una amplia campaña política contra sus ideas.

Por eso, la construcción de un Frente Único Antifascista debe ser pensada en forma inmediata, constituyendo una coordinación nacional y coordinaciones regionales en cada Estado. Debe comenzar por construir materiales de divulgación de la campaña y definir acciones de apoyo concreto a las luchas de la clase trabajadora, de la juventud y de los oprimidos, defendiendo sus manifestaciones y sus reivindicaciones de todos los ataques políticos de los sectores de la extrema derecha y neofascistas.

Aunque los enfrentamientos más radicalizados puedan aún no estar colocados, no debemos esperar lo peor. El enfrentamiento político, programático e ideológico debe comenzar inmediatamente, a partir de acciones concretas que unifiquen a los trabajadores, la juventud y los oprimidos contra Bolsonaro y todos los sectores neofascistas y de la extrema derecha. Ha llegado la hora de pensar colectivamente los pasos concretos de esta lucha fundamental.

Notas:

(1) – Leon Trotsky. ¿Qué es el fascismo? Publicado en The Militant el 16 deenero de 1932. Dosponible en portugués en:  https://issuu.com/socialismohoje/docs/queeofascismo. Consulta el 08/07/2017.

(2) – Investigación de DataFolha en octubre de 2017 registró que casi el 40% prefiere que Temer se quede. http://media.folha.uol.com.br/datafolha/2017/10/02/0fd1b3a0cedd68ba47456fb25bc91299.pdf. Consulta el 21/10/2017

(3) – Las revistas Veja e Época decidieron comenzar a deconstruirlo en ediciones de octubre de 2017 en que los artículos principales lo denunciaban.

(4) – Según la investigación de Data Folha del 03/10/2017, el segundo más rechazado entre los nombres listados es Jair Bolsonaro (33%), en ascenso en comparación con junio (30%).   http://datafolha.folha.uol.com.br/eleicoes/2017/10/1923631-lula-lidera-disputa-presidencial-sem-ele-marina-e-bolsonaro-ficam-a-frente.shtml. Consulta em 21/10/2017

(5) – La hipótesis de una eventual candidatura y victoria de Lula en 2018 es, también, muy improbable. Lula deberá tener su condena confirmada en segunda instancia. La posibilidad de que otro candidato apoyado por Lula venza en las elecciones es aún más remota.

(6) – En la intención de voto espontáneo, cuando el nombre de los posibles candidatos no es presentado, Lula es citado por el 18% (tenía 15% en junio de este año), y Bolsonaro, por el 9% (tenía 8%). Entre los que estudiaron hasta la enseñanza superior, Lula (21%) empata con Bolsonaro (24%), y votos en blancos y nulos suben al 23%. El diputado del PSC también tiene un desempeño por encima de la media entre los más jóvenes (el 24%, detrás del petista, con el 38%) y lidera aislado en los segmentos de renta mensual más alta (29% en el rango de 5 a 10 salarios, contra el 17% de Lula, y el 30% entre quienes tienen ingresos superiores a 10 salarios, ante el 19% del petista). En la región Centro Oeste, Bolsonaro tiene un 23%, en el mismo nivel del expresidente (25%). En el Sudeste el escenario es similar, con el petista elegido por el 26%, y el diputado federal, por el 20%. El diputado Jair Bolsonaro es conocido por el 69% (en junio, eran 63%), siendo que el 24% lo conocen muy bien, y el 18%, un poco.   http://media.folha.uol.com.br/datafolha/2017/10/02/0fd1b3a0cedd68ba47456fb25bc91299.pdf . Consulta el 21/10/2017

(7) -MANDEL, Ernest. A TEORIA DO FASCISMO EM LÉON TROTSKI. http://www.combate.info/a-teoria-do-fascismo-em-ln-trotsky/ . Consulta 07/07/2017

(8) – El término fascismo deriva de la palabrada fascio, en italiano, que designa un haz de varas amarradas alrededor de un acha que fue un  símbolo de poder conferido a los magistrados en la República Romana, hace más de 2000 años, de flagelar y decapitar ciudadanos desobedientes. El simbolismo de los fascios sugería la idea de que “la unión hace la fuerza”: una una sola varilla es, fácilmente, quebrada, mientras que un rayo de varas es difícil de romper.