- Artículo publicado originalmente el 17 de octubre de 2017
Por Paulo Aguena “Catatau”, de São Paulo, SP
El domingo, 15 de octubre, se realizaron elecciones para gobernadores en los 23 estados venezolanos, menos el Distrito Capital. El chavismo y el Polo Patriótico – un frente que además del PSUV está el PCV, PPT, etc. – vencieron en 18 estados, obteniendo el 54% de los votos. La MUD, (Mesa de Unidad Democrática), un frente opositor de derecha, venció en cinco estados, totalizando el 45% de los votos. La polarización fue inmensa. Todas las demás alternativas, a la izquierda y a la derecha, tuvieron juntas, cuando mucho, el 2% de los votos.
El chavismo ganó en los tres estados gobernados por la oposición, pero perdió en cinco en los que gobernaba. La derrota que el oficialismo sufrió en Zulia y Táchira, estados fronterizos con Colombia, fue grave. Pero sacaron de las manos de la derecha el estado de Miranda – gobernado por Capriles, líder simbólico de la oposición – y Lara. Además, derrotó a la oposición en su mayor bastión, Carabobo.
Con 11 millones de votantes, la abstención fue del 39%. Aunque fue alta, fue la menor de las cuatro elecciones para gobernadores que se realizaron bajo el chavismo. Este cuadro configura una derrota de la MUD y de Trump. Se trata también de una importante recuperación del chavismo, cuando hace un año la previsión era que ganaría en apenas 5 de los 23 estados.
¿Qué ocurrió?
El resultado electoral expresó el cambio en la relación de fuerzas tras meses de una brutal ofensiva de la derecha. La situación comenzó a cambiar a partir de las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), celebradas el 30 de julio. A pesar del violento boicot de la derecha –paro patronal, paralización de los transportes, cortes de rutas y calles a través de barricadas (guarimbas), etc.,- el hecho es que 8 millones de venezolanos se movilizaron para llegar a las urnas y elegir a sus representantes. La Constituyente fue instalada y las guarimbas, derrotadas. Dividida, a la MUD solo le quedaba participar en las actuales elecciones regionales.
Muchos analistas, tanto de izquierda como de derecha, influenciados por fuentes de información de las agencias internacionales como Reuters, EFE, etc., se quedaron desconcertados ante el resultado. A algunos solo les queda hacer eco a la acostumbrada campaña de una parte de la oposición-esta vez, ni siquiera de toda – de que hubo fraude. No por casualidad, Estados Unidos ya declaró, una vez más, que las elecciones no fueron “libres” ni “justas”.
De hecho, considerando el aumento del cerco imperialista, la brutal crisis económica que asola al país con una hiperinflación que en la semana anterior a las elecciones, golpeó con un 1.500% en el año, una especulación cambiaria que en la misma semana elevó el dólar paralelo sostenido desde Miami (dólar hoy) a 25 mil bolívares. Considerando todo esto, el cambio de la relación de fuerzas y la propia victoria del chavismo parece un milagro.
De hecho, considerando el aumento del cerco imperialista, la brutal crisis económica que asola al país con una hiperinflación que la semana anterior a las elecciones, golpeó en la casa del 1.500% anualizadas; una especulación cambiaria que en la misma semana elevó el dólar en el paralelo sostenido desde Miami (dólar hoy) a 25 mil bolívares; considerando todo esto, el cambio de la relación de fuerzas y la propia victoria del chavismo parece un milagro.
En realidad, son análisis superficiales que subestiman la profundidad del proceso revolucionario venezolano. Ella tiene sus raíces más remotas y profundas en la victoriosa guerra de la independencia liderada por Simón Bolívar (1810-1823), en la que, dicho sea de paso, murió la mitad de la población, se desarrollaron a lo largo de la historia de la lucha de clases en el país, cuyo último período estuvo marcado por la rebelión popular de 89 (Caracazo), por la derrota del golpe de la derecha que intentó derrocar a Chávez (2002) y, finalmente, por la derrota del paro patronal encabezado por la antigua dirección de PDVSA (2002-2003). Por eso, a pesar de las inmensas dificultades y sacrificios, las masas obreras y populares, verdaderos protagonistas de este proceso, demostraron una vez más que no están dispuestas a abandonar sus conquistas y depositan sus esperanzas en encontrar una salida socialista a la crisis.
Encrucijada
Aunque todavía goza de la confianza de la mayoría de los sectores más organizados y combativos de la población, existe un enorme descontento de las bases con los dirigentes chavistas. No es casualidad.
El proceso revolucionario permitió a Venezuela convertirse en un país políticamente mucho más independiente del imperialismo. Sin embargo, pasados 19 años, el chavismo no fue capaz de romper con el modelo económico dependiente de la renta petrolera. El país siguió importando prácticamente todo, al mismo tiempo que una nueva burocracia estatal (boliburguesía) desviaba una parte de la renta nacional en provecho propio. Este modelo pudo sostenerse mientras el precio del petróleo estaba en alza. La caída trajo su colapso.
Existe el riesgo de que el triunfo del chavismo del domingo pasado (15) se transforme en borrachera electoral. Al final, es la vigésima elección que el chavismo vence en las 22 ocurridas desde que Chávez llegó al poder hace 19 años. Pero ahora la situación es diferente. Hay un agotamiento del modelo político y económico chavista. El imperialismo lo sabe, por eso su ofensiva, empezando por la guerra económica, tiende a intensificarse. No habrá paz. Así, la verdad desnuda y cruda es que el país se encuentra en una encrucijada: o el proceso revolucionario avanza de forma decidida hacia el socialismo o será derrotado.
El movimiento obrero y popular, que enfrenta de forma heroica la desesperante guerra económica, tiene esa intuición. Por eso, exige que el gobierno abandone los discursos, castigue a los corruptos y adopte urgentemente medidas radicales contra el capital y la derecha. El gobierno y la Constituyente se encuentran ahora más que nunca bajo esa justa presión.
Un modelo verdaderamente socialista
La Constituyente es una oportunidad casi única para tomar esas medidas, sustituyendo el modelo económico capitalista dependiente del ingreso del petróleo y de las importaciones por un modelo verdaderamente socialista. Para ello, en vez de buscar el control del mercado a través de una economía mixta, el Estado debe concentrar en sus manos los principales medios de producción y, bajo la dirección democrática de los trabajadores, pasar a la planificación de toda la economía. Solo así, se podrá construir un parque industrial que impulse la producción nacional y estructurar una producción agropecuaria con el objetivo de alcanzar la soberanía alimentaria.
Avanzar en la expropiación de las empresas, colocándolas bajo control de los trabajadores; garantizar una PDVSA 100% estatal que ponga fin a las empresas mixtas entre el Estado (51%) y el capital extranjero (49%); suspender el pago de la deuda externa y aplicar el importe como parte de un plan de inversiones masivas para revertir el proceso de desindustrialización; avanzar en el control de los precios a través del control de la distribución por parte del Estado; expropiar a los grandes grupos mayoristas como medida de emergencia para garantizar la oferta de productos; instituir el monopolio estatal del comercio exterior para proteger los intereses del país y atender a las necesidades de los trabajadores; centralizar y estatizar el conjunto del sistema financiero, adoptando una rígida política monetaria y cambiaria; instaurar un Gobierno de los Trabajadores por medio de un organismo que ejerza las funciones legislativas y ejecutivas, a nivel nacional, estatal y local, a partir de representantes electos en los lugares de trabajo y en los barrios.
Estos son algunos de los principales puntos programáticos colocados en el orden del día para que la izquierda revolucionaria defienda ante la Asamblea Nacional Constituyente y las masas venezolanas.
La situación exige firmeza. Definitivamente, no se puede dar más vueltas.
Foto: Guillermo imbassahy – periodistas libres
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