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BRASIL

Brasil: Un gigante social – Notas sobre la clase trabajadora brasilera

Gabriel Casoni [1]

Esquerda Online, 9-4-2017

 

Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa

El presente texto tiene como objetivo ofrecer una contribución para la comprensión del proletariado brasilero. La generación anterior de la clase trabajadora brasilera asumió su lugar en la historia cuando se levantó, a partir de las huelgas del ABC paulista en 1978. Ella abrió el camino para las huelgas de petroleros, profesores, bancarios, metroviarios, químicos, obreros de la construcción civil, y muchos otros sectores del proletariado. Sin el protagonismo de la clase trabajadora es imposible comprender la fase final de la lucha contra la dictadura militar. Fue ella que contagió de esperanza a los millones que fueron a las calles en los años siguientes.

Ella ya probó su disposición revolucionaria de lucha en millares de combates parciales. Ella continúa siendo la clase que, cuando las condiciones políticas coloquen la posibilidad de disputar el poder, o sea, cuando se abra una situación revolucionaria, puede mudar los destinos de Brasil. Ella es la clase portadora de esperanza.

Los datos que presentaremos en secuencia revelan que la clase trabajadora brasilera es un gigante, por su dimensión y la potencia de su fuerza social de choque; es superexplorada a través de salarios bajos; está muy concentrada, en casi veinte ciudades con un millón de habitantes; tiene una expresiva composición negra, que es mayoritaria en muchas regiones; es grande el peso de la juventud en su interior, uno de cada tres con menos de treinta años; conoció una intensa feminización en los últimos treinta años, siendo esta una de sus camadas más oprimidas; ejerce y sufre la presión del peso del semiproletariado, pero tiende a arrastrar hacia su campo a la mayoría pobre y popular de las ciudades y del campo; sufre, en menor escala, la presión del lumpen; está desorganizada, con algunas excepciones, en los locales de trabajo; posee, en especial en el sector privado de la economía, un índice bajo de sindicalización; tiene grados moleculares de organización política independiente, y sufre las secuelas de la baja escolarización.

El estudio que ahora presentamos contiene, ciertamente, errores y lagunas, límites y diferencias, que serán superadas, esperamos, por medio de la discusión, crítica y elaboración colectivas. No analizaremos en estas notas, al poner el foco en la estadística, el papel de los aparatos burocráticos que actúan sobre la clase trabajadora. Este tema será central en otro estudio.

Estructura social: proletariado y semiproletariado en Brasil

El capitalismo brasilero reprodujo, en el curso del pasaje de la sociedad agraria a la urbano-industrial, un trazo peculiar en el desarrollo de los países atrasados, pero en una escala inmensa, por tanto, peculiar, comparativamente, más intensa: la amalgma de formas modernas y arcaicas resultó en una formación económico-social, especialmente, particular, pues desigual y combinada. En ella, el atraso condiciona la existencia de lo más avanzado y, viceversa, lo más moderno impone una totalidad que es mayor y más compleja que la suma de las partes. No es mera coincidencia o sobreexposición: se trata de un híbrido.

A lo largo del siglo XX, la existencia de lo “moderno” -el creciente proceso de industrialización/urbanización- y lo “atrasado” -y la arcaica estructura agraria/industrial, con los agregados, los peones y foreros-, no representó una barrera al desarrollo nacional capitalista. Esa combinación fue, en realidad, condición para el establecimiento de un régimen de acumulación de capital especial para la burguesía nacional hegemónica, y para los intereses de los capitales extranjeros dominantes. Especial porque se fundamentó en la superexplotación del trabajo.

Así, la dimensión “arcaica” de la economía no puede ser entendida con una excrecencia, un polo “marginal” indeseado de las estructuras subdesarrolladas, sino antes como parte funcional del modelo de acumulación en los países periféricos. Este proceso histórico, articulando la expansión de la industria y de los servicios urbanos con la permanencia de una estructura agraria, básicamente, atrasada, produjo tasas fabulosas de acumulación por un lado, y por otro, acentuando niveles de explotación de la fuerza de trabajo.

Brasil se caracterizó, desde la lenta formación del mercado libre de trabajo, por ser una economía de bajos salarios, asentada en la superexplotación de la fuerza de trabajo. La herencia de cuatro siglos de esclavitud conformó un padrón de explotación en el país. La existencia de una amplia población trabajadora “excedente”, existente al márgen de las cadenas productivas centrales y, por eso, condenada a la informalidad, y relegada a condición de miseria, constituyó una característica de la estructura social nacional.

Aunque la expansión económica, a lo largo del último siglo, haya conducido a una reducción relativa, todavía muy desigual de la pobreza, la mayor parte de los trabajadores permaneció presa de salarios bajos. El fin del trabajo esclavo no vino acompañado de la realización de la reforma agraria. Tampoco ocurrió cualquier reforma social relevante que alterase los niveles brutales de desigualdad social. En otras palabras, las relaciones de producción basadas en la mano de obra esclava fueron abolidas, pero la estructura socia se mantuvo caracterizada por la concentraciónde riqueza y renta en las manos de una pequeña clase propietaria.

Comprensamos nuestra peculiaridad. El período inicial de formación de la clase trabajadora asalariada se entrelaza con la historia de lucha de los trabajadores esclavos contra los señores esclavistas, en especial en el período final de la vigencia de la esclavitud, cuando la lucha por la libertad adquirió enorme amplitud. El proletariado asalariado naciente abrigaba hombres y mujeres de distintos orígenes: ex-esclavos, imigrantes extranjeros, migrantes de las áreas rurales, etc. El contigente de trabajadores inmigrantes europeos que llegó a Brasil, entre el fin del siglo XIX y el inicio del siglo XX, compuso, durante las primeras dos generaciones, una parte del proletariado industrial.

Al mismo tiempo, en parte considerable, el flujo migratorio del medio rural, una mayoría de descendientes de esclavos, fue empujada para afuera de las actividades económicas urbanas formales (industria y servicios) suscitadas por las transformaciones económico-sociales. De tal modo, que ocurrió, a partir del final del siglo XIX, la creación de una significativa camada de trabajadores “sobrantes”, o periféricos al proletariado. Esa masa de “excluidos” no oscilaba solamente en función de la alternancia de las fases de los ciclos económicos, siendo absorbida y expulsada del mercado de trabajo. Esta superpoblación trabajadora pasó a ser un trazo estructural.

Dicho de otro modo, el ciclo de industrialización nacional tardía (1930-1980), aunque haya impulsado fuertemente el empleo asalariado, fue incapaz de incorporar el conjunto de la fuerza de trabajo urbana en expansión. Esa población “excedente”, un ejército industrial de reserva, en la clásica definición marxista en situación de amarga miseria, buscó en el trabajo informal, en el trabajo por cuenta propia, y en otras formas de trabajo precario, medios de sobrevivencia.

Se formó, así, lo que podemos denominar de semiproletariado. Esto es, una camada de la población trabajadora empobrecida -existente tanto en las regiones semirurales, como en las ciudades medias y grandes-, no incorporada en las relaciones formales de trabajo asalariado, y que tampoco se consigue construir, en tanto, en pequeña burguesía propietaria empleadora; ubicándose, desde el punto de vista de las clases sociales, en la frontera del proletariado.

La existencia de ese enorme contingente de trabajadores “excedentes” nunca tuvo un carácter disfuncional en relación al modelo de acumulación vigente. Al contrario. Por un lado, la superexplotación trabajadora, funcionando como ejército industrial de reserva, siempre presionó negativamente la media salarial; por otro lado, la informalidad permitió atender la demanda de servicios vinculados a los segmentos sociales de alta renta (trabajo doméstico, cuidadores familiares, conservación del patrimonio, etc.) Pero no solo eso. El enorme batallón de empleados informales contribuyó a la rebaja del salario medio también por otra vía: la producción de bienes y servicios baratos que contribuyen a la formación de la “canasta básica” de la clase trabajadora (alimentos, vivienda, vestimenta, y servicios en general).

Ese escenario de acentuada precariedad, heredado del pasado, todavía no fue superado. La situación de oformalidad se redujo de modo expresivo a lo largo de la urbanización del último siglo. Pero ese aspecto de nuestra formación económico-social sigue presente. Es un trazo distintivo de la realidad social del país. En las metrópolis brasileras, en los días actuales, ese trazo se manifiesta por medio de la creciente segregación de la población trabajadora más pobre y oprimida que vive en las favelas de las ciudades. Ella obedece a la lógica de especulación y expoliación relacionada al espacio urbano.

Por otro lado, en las fronteras del semiproletariado se localiza una camada marginalizada, generalmente vinculada a las actividades ilícitas, que debemos clasificar como el lumpenproletariado brasilero. Es conocido, por ejemplo, el peso de las organizaciones criminales ligadas al tráfico de drogas (Primer Comando de la Capital, Comando Rojo, entre otras) en las periferias y favelas de las medias y grandes ciudades brasileras, así como en el sistema carcelario. Estos aparatos, muy profesionales, controlan en régimen de monopolios, actividades ilegales (robo, hurto, extorsión, prostitución, juegos ilegales, etc.), vinculadas a negocios capitalistas ilegales de alto lucro. Incorporan en sus operaciones una legión de desamparados, en su mayoría jóvenes. No pueden ser despreciados, políticamente, por su incidencia social regresiva sobre el proletariado y la población pobre.

Teniendo en cuenta ese panorama amplio, la estructura de clases brasilera se carateriza, del punto de vista de los que viven de su propio trabajo, en primer lugar, por la existencia de una clase trabajadora asalariada de enorme envergadura. Ella todavía está en crecimiento, tanto del punto de vista absoluto como relativo, en tanto comparada con el peso demográfico de las otras clases. Pero, también, se define por la existencia de una expresiva camada semiproletaria en el campo y en la ciudad, que en 2014, todavía abarcaba, aproximadamente, un tercio de la población ocupada del país.

La clase trabajadora brasilera: un gigante social

Tomaremos los datos provistos por la PNDA/201434 (Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílio/Encuesta Nacional por Muestra de Domicilio) (1), como referencia para el análisis de esta sección. Aunque la metodología y criterios de la encuesta del IBGE (Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística/Instituto Brasilero de Geografía y Estadística) no sea, evidentemete, marxista, las iformaciones ofrecidas son indispensables para el mapeo y descripción de la población trabajadora del país.

En 2014, los asalariados con contrato formaban un continegente de 60,5 millones de personas, lo que representaba 61,3% del total de la población ocupada del país. Además de estos, había 21,1 millones de empleados por cuenta propia, 6,4 millones de trabajadores dométicos, y 6,9 millones de trabajadores en demás ocupaciones no remunuradas. Si sumamos todos esos grupos, llegamos a un total de 94,91 millones de hombres y mujeres que viven de su propio trabajo lo que sgnifica 96,2% del conjunto de las personas en 2014.

Los propietarios empleadores, aquellos que tienen empresas uno o más funcionarios y que, por tanto, contratan fuerza de trabajo ajena, categoría que engloba indistintamente tanto microempresarios como grandes capitalistas, eran 3,7 millones de individuos (3,8% de los ocupados).

En términos de división por sector económico, el de los servicios absorbía, en 2014, 45,2% de los ocupados, lo que correspondía a 44,6 millones de trabajadores. El comercio y la reparación, por su vez, representaban 18,2% de los ocupados, con cerca de 17,9 millones de personas. Los trabajadores de las actividades agrícolas totalizaban 14,0 millones de personas. Ya los empleados en la industria de trasformación eran 13,0 milhões, representando 13,1% de los ocupados. Los trabajadores de la construcción, por su turno, con 9.0 millones de personas, respondían por 9,2% de la población empleada.

En lo que se refiere a la relación campo-ciudad, vale notar que de los 56.6 millones de empelados en la actividad agrícola, 79% estaban en el sector privado, de los cuales 78,5% poseían cartera de trabajo en actividades no agrícolas, dentro de los cuales predominban los militares y funcionarios públicos estatutarios (60,4%); los demás eran empleados con cartera firmada (17,9%) o sin cartera (21,7%).

Entr 2011 y 2014, la proporción de trabajadores con cartera firmada en relación al conunto de la población ocupada pasó de 55,3% a 64,6%, lo que representó un crecimiento significativo en la formalización de las relaciones de trabajo en el período. Con todo, con la eclosión de la crisis económica en 2015, la dinámica se modificó. Solamente entre el fin de 2014 y el fin de 2016, en 24 meses, más de 2,613 millones de trabajadores con cartera firmada perdieron su empleo, de acurdo con el IBGE. Una destrucción acelerada de enorme proporción y consecuencias.

Vale destacar que no hay salarios nacionales en Brasil a no ser en carreras del funcionariado público federal. Por tnato, las desigualdades regionales pesan mucho. La “regionalización” de la clase trabajadora es, comparativamente, menor que la de la clase media y de la burguesía, pero es grande, comparada con proletarios de otros países.

Composición de la fuerza de trabajo

La expansión de la industria y de los servicios urbanos condujo a una reducción cualitativa de los empleos vinculados a las actividades agropecuarias a los largo de los últimos 70 años.

El sector primario pasó de casi 61% del total de puestos de trabajo, en 1950, a menos del un 18%, en 2008. El sector secundario (industria y construcción), por su vez, que entre 1950 y 1980, había crecido de 20,5% para 38,6% del PIB, perdió peso relativo, después de la década de 1980. En 2008, la industria y la construcción respondían por 24% de los puestos de trabajo. La caída relativa de la industria se debe fundamentalmente al robusto crecimiento de los servicios y del comercio, que fueron de 42,6% para 57,6% en términos de composición sectorial de la ocupación de la fuerza de trabajo

Sindicalización

En lo que atañe al índice de sindicalización, nótese los siguiente: en 1999, 32,9% del total de asalariados (formales o no), el índice de sindicalización caía para 17,1%. Ya en relación al total de ocupados, la tasa de sindicalización era apenas 12,2%. Los números se mantuvieron más o menos equivalentes en 2009, aunque en niveles bajos: 29,7% de sindicalizados entre los trabajadores asalariados formales, 17,3% entre el conjunto de los asalariados y 13,1% en relación al total de ocupados.

En relación a la tasa de sindicalización por sector de actividad, se destaca el mayor índice sindicalizado en los servicios públicos y en la industria de transformación.

Feminización de la clase trabajadora

En la década de 2000, 60% de las ocupaciones ofrecidas absorbían mujeres. A lo largo de los años 90, el empleo femenino respondió por dos tercios del total de los puestos de trabajo generados, siendo que, en la década de 1980, eran ocupaciones masculinas que predominaban. La población empleada mansculina era de 56 millones de personas, en 2014, en tanto que la femenina totalizaba 42,6 millones.

En lo que atañe a la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, es incuestionable que hubo un avance considerable. En 1979, según los datos de los Censos Demográficos, apenas 18,5% de las mujeres eran económicamente activas. En 2010, este porcentaje subió para 50%. En otras palabras: la clase trabajadora brasilera quedó más femenina en los últimos 40 años.

Las desigualdades de género, no obstante, son enormes. Mientras que los hombres presentan tasas de actividad del orden de 80%, las mujeres no llegan a 60%. O sea, cuatro de cada 10 mujeres no consiguen ser disponibles en el mercado de trabajo. La sobrecarga del trabajo domético (el cuidado de la casa, de los hijos, ancianos, enfermos, maridos, etc.), entre otros aspectos conectados a la opresión de género, explican ese cuadro de acentuada desigualdad.

Es importante notar que el proceso de feminización de la fuerza de trabajo parece emitir algunas señales de agotamiento. Entre 2004 y 2014, la tasa de actividad femenina osciló muy poco, habiando alcanzado su auge, de 59%, en 2005, para luego, en 2011, caer a 56%43.

Racismo y explotación

El carácter estructurante del racismo en Brasil, en lo que refiere a la conformación del padrón de superexplotación, gana contornos nítidos cuando observamos las desigualdades de renta y de condiciones de trabajo. Como bien apunta Marcelo Badaró, cuando disgregamos los datos sobre ingresos de 2010, considerando las clasificaciones raciales del  IBGE, tenemos el siguiente perfil de los ingresos medios mensuales: blancos (R$ 1.538); amarillos (R$ 1.574); negros (R$ 834); pardos (R$ 845) e indígenas (R$ 735). O sea, blancos y amarillos tienen casi el doble del ingreso medio de los negros, pardos e indígenas.

Otro relevante elemento del racismo se expresa en la participación negra entre los empleos precarios. La mujer negra, que está en la base del sistema remunerado, queda en las peores ocupaciones, hecho que torna explícita la confluencia de opresión de género, raza y clase. Los números son elocuentes: 39,1% de las mujeres negras empleadas se hayan en relaciones laborales precarias, seguida por los hombres negros (31,6%), mujeres blancas (27,0%) y hombres blancos (20,6%).

El empleo doméstico, herencia viva del pasado esclavista, sigue respondiendo por parte significativa de los empleos de las mujeres negras. El servicio para las familias de más alta renta permanece prfundamente diseminado en la sociedad brasilera. Según los datos del IBGE, en 2014, 14% de las brasileras ocupadas eran trabajadoras domésticas, un total de 5,9 milhões Aquí, la diferencia racial es notable: 17,7% de las mujeres negras eran trabajadoras domésticas, todavía la principal ocupación entre ellas. Del total de trabajadores que desenvolvían actividades en el interior de unidades familiares, casi 97% recibían hasta dos salarios mínimos mensuales.

Estos datos expuestos muestran que no hubo reversión cualitativa del cuadro de extrema desigualdad racial en el mundo del trabajo, incluso durante una coyuntura de crecimiento económico, y de ampliación de la “formalización” de la fuerza de trabajo, como la que ocurrió durante los dos gobiernos Lula y el primer gobierno Dilma. Al final, parte considereble de las negras y negros, que ingresaron en el mercado de trabajo por aquel período, lo hizo por medios de contratos atípicos, en la tercerización o en el cuentapropismo precario, y generalmente en condiciones salariales inferiores a la media de la población trabajadora.

Grupos etarios, escolaridad y población ocupada

Desde el punto de vista de las fajas etarias, el grupo de personas entre 30 y 39 años de edad, respondían, en 2014, a 25,5% de los ocupados; 40 a 49 años de edad, a 21,9%; y 50 a 59 años, a 15,8% de los ocupados. Aquellos con menos de 30 anos son, por lo menos, 30%,  el mayor contingente relativo.

En lo que se refiera al nivel de instrucción de la fuerza de trabajo, predominaban, en 2014, los ocupados con enseñanza fundamental incompleta o equivalente (26,4%) y los con enseñanza media completa o equeivalente equivalente (30,1%). Los empleados con enseñanza superior completa registraban una participación de 13,9% en 2013 y de 14,3% en 2014. Hay importantes variaciones regionales. En el Nordeste, fue registrado el menor porcentaje de personas ocupadas con 11 años o más de estudio  (40,0%). Ya en la Región Sudeste, este guarismo fue el mayor, 56,9% em 2014. Se estima que, por lo menos 27% de los brasileros con quince años o más, casi uno en cada tres, no consiguen atribuir sentido a un texto escrito.

Es interesante notar algunas características de la población desocupada en 2014, año que antecedió a la eclosión de la crisis económica de 2015-2016, que hizo disparar el desempleo. Se destacan los siguientes datos entre los que estaban procurando trabajo: 56,7% de los desocupados eran mujeres; 28,3% nunca habían tenido trabajo; 34,3% eran de jóvenes de 18 a 24 años de edad; 60,3% era negros y pardos.

Padrón de explotación

El padrón de explotación de la clase trabajadora en Brasil está fuertemente caracterizado por los salarios bajos y por la precariedad de las condiciones laborales. El grueso de los empleos se concentra en la base de la pirámide social. En 2010, por ejemplo, los trabajadores con ingresos de hasta 1,5 salário mínimo representabam la mitad del total de las ocupaciones en Brasil; de esos más de 75% son asalariados, de los cuales casi dos de cada tres poseen cartera firmada.

Veamos la evolución de generación líquida de puestos de trabajo y algunas de sus características a lo largo del tiempo. Durante los años setenta, hubo la generación de 17,2 millones de empleos, de los cuales 34,3% ofrecían una remuneración mensual de hasta 1,5 salario mínimo, y 16,9% recibíam arriba de cinco salarios mínimos mensuales. En los años 80, por su vez, Brasil creó 18,1 millones de nuevos puestos de trabajo, de estos, 25,4% con remuneración de hasta 1,5 salario mínimo y 33,1% de cinco o más salarios mínimos mensuales.

En la década del 90, sin embargo, la oferta de empleos cayó considerablemente. Fueron generados apenas 11 millones de nuevos puestos de trabajo, de los cuales 53,6% no preveían remuneración. En la faja de renta de hasta 1,5 salario mínimo, ocurrió la reducción líquida de cerca de 300 mil empleos, lo que señala un padrón bien diferente de las décadas anteriores.

Ya en los años 2000 tenemos un perfil muy distinto de la década anterior: fueron generados 21 millones de puestos de trabajo, de los cuales 94,8% fueron con ingreso de hasta 1,5 salario mínimo. En las ocupaciones sin remuneración, se dio la reducción líquida de 1,1 millón de puestos de trabajo. Otra característica del padrón de empelos creados en los años 2000 es la significativa reducción en la faja de 5 salarios mínimos o más: fueron eliminados 4,3 milones de puestos de trabajo en este segmento de renta.

En síntesis, en la primera década del siglo XXI, hubo concentración de empleos en la base de la prirámide social, concomitantemente, disminuyeron los puestos de trabajo sin remuneración y, en el otro extremo, fueron eliminados especialmente los empleos mejor pagados, de cinco salarios mínimos o más.

Entre tanto, conviente anotar, para el correcto diagnóstico del padrón de explotación medido en fajas salariales, la significativa valorización del salario mínimo a los largo de los últimos veinte años. Entre 1994 y 2014, el Salario Mínimo tuvo un aumento real según DIEESE (Departamento Intersindical de Estatística e Estudos Socioeconômicos/Departamento Intersindical de Estadísitica y Estudios Socioeconómicos) de 72,31%. Por consiguiente, es preciso tener en cuenta que el poder de compra de la población trabajadora, que recibía en ese período, por ejemplo, entre 1 y 3 salarios mínimos, aumento considerablemente, teniendo un impacto positivo, por tanto, en el nivel de vida de esas personas.

Entre los trabajadores en la base de la pirámide social, se observa que las profesiones en mayor expansión en la década de 2000 fueron las de servicio (6,1 millones de nuevos puestos de trabajo, que respondieron por 31% de la ocupación total). Luego en seguida, aparecen los trabajadores del comercio (2,1 millones), de la construcción civil  (2 millones), de administrativos (1,6 millones), de la industria textil y de vestimenta  (1,3 millón) y de la atención al público (1,3 millón).

Del punto de vista etario, se registra que la mayor parte de las ocupaciones para trabajadores de salario base, se concentró en la faja de los 25 a los 34 años en la década de 2000. En el aspecto racial, por su vez, se constata la importancia de las ocupaciones de salario base generadas para los trabajadores no blancos, cuatro quintos de los puestos de trabajo fueron absorbidos por trabajadores no blancos.

Precarización del trabajo

La industrialización tardía, y el intenso proceso de urbanización del país, ambos asentados sobre la base de una estructura social caracterizada por la superexplotación de la fuerza de trabajo, y por niveles abismales de concentración de renta y riqueza, no revertirán el padrón de concentración de los empleos en la base de la pirámide social vinculado al sector agropecuario de los empleos autónomos.

En estos segmentos, en el año 2009, por ejemplo, más de 87% del total de los ocupados recibían hasta 1,5 salario mínimo mensual. Había 22,9 millones de trabajadores autónomos en 2009, lo que representó cerca de cuarto de todos los puestos de trabajo. De cada tres ocupaciones autónomas, dos ofrecen salarios de hasta 1,5 salario mínimo.

La precariedad que marca las relaciones de trabajo en el país se expresa también en el peso específico del trabajo temporal en relación al conjunto de los empleos asalariados en Brasil. En 2009, cada diez asalariados, uno tenía contrato de trabajo inferior a tres meses de servicio en la misma empresa.

Otro aspecto de la precariedad de las relaciones de trabajo en Brasil, refiere al elevado grado de rotatividad de los trabajadores en las empresas. Entre 1999 y 2009, la tasa general de rotatividad en los empleos formales pasó de 33,5% a 36,9%, lo que significó un aumento de 10,1%. El grado de intensidad de la rotatividad sube en sentido inverso al del ingreso del trabajador. Para lo que ganan entre 0,5 e 1 salario mínimo mensual, la tasa de rotatividad fue de 85,3% en 2009, un aumento de 42,2% en relación al año 1999.

En cuanto a la distribución de los empleos asalariados por tamaño de empresa, se observa en 2009 que los micros y pequeños negocios (hasta 49 empleados) respondían por 15,3 millones de asalariados, lo que representaba 37,2% del total de trabajadores formales en el país. O sea, más de 60% de los asalariados formales están en empresas con más de 50 empleados, porcentaje que indica razonable índice de concentración por local de trabajo.

El trabajo tercerizado

El proceso de tercerización del trabajo consiste en una importante caracterísitca del actual modelo de acuulación capitalista en nivel internacional. En Brasil, la tercerización ganó impulso a partir de la década de 1990, años de ofensiva neoliberal y reestructuración productiva.

Cuando analizamos las fajas salariales, observamos que los empleos tercerizados tienden a concentrarse en la base de la pirámide social brasilera. El objetivo de la burguesía con el implacable proceso de tercerización, consiste esencialmente en disminuir el costo del trabajo, abaratando todavía más los gastos con la mano de obra.

Según Marcio Pochmann, el número de trabajadores tercerizados creció, entre 1985 y 1995, a una media anual de 9%, en cuanto las empresas contratantes aumentaron, en promedio, 22,5% al año. Ya entre 1996 y 2010, el crecimiento medio anual del empleo formal tercerizado fue de 13,1% al año. En 2013, el país registraba 12,7 millones de trabajadores tercerizados. En el estado de San Pablo, en 2010, las mujeres ocupaban 46% de los empleos tercerizados formales, y los trabajadores no blancos 40%. La tasa de rotatividad en este segmento de la fuerza de trabajo, en San Pablo, fue de 63,6% en 2010 (28).

Segregación urbana y el proletariado

El proceso de urbanización de Brasil fue bastante acentuado a partir de la década de 1950, acompañando la dinámica de industrialización del país. Fue en la segunda mitad del siglo XX que Brasil se convirtió en un país urbano, o sea, más de 50% de su población pasó a residir en las ciudades. Datos del censo de 2010 apuntan que 84% de la población brasilera reside en las ciudades.

Brasil tiene caso 20 ciudades con un millón o más de personas. Pero el peso del proletariado no se manifiesta por igual. San Pablo y Río de Janeiro permanecen desproporcionales. Según los datos del IBGE en 2016, la ciudad de San Pablo continúa siendo la más populosa del país, con 12,0 millones de habitantes, seguida por Rio de Janeiro (6,5 millones de habitantes), Brasília y Salvador (alrededor de 2,9 millones de habitantes cada una).

Existen diecisiete ciudades brasileras que poseen una población superior a 1 millón de personas que suman 45,2 millones de habitantes, número que representa 21,9% de la población total de Brasil. Viendo el peso económico, social y político de las grandes regiones metropolitanas del país, podemos afirmar que la revolución brasilera puede hasta no comezar en la principales capitales, pero seguramente se decidirá en ellas, en particular en San Pablo y Rio de Janeiro.

Es necesario pensar, también, la actual dinámica urbana y su relación con los segmentos más explotados y empobrecidos del proletariado. Como sugiere Ruy Braga, el déficit habitacional alimenta la expoliación de los rendimentos del trabajo, de modo que los ingresos salariales (como ocurrió entre 2004 y 20014) fueron en parte absorbidos por el aumento de los alquileres, gastos con financiamiento de los inmuebles, etc. Las contradicciones crecientes en el medio urbano, que brotan incesantemente, en múltiples dimensiones de la vida social del proletariado y de las masas empobrecidas de las ciudades, pasan cada vez más a ocupar la escena política del país.

En otras palabras, los conflictos y demandas urbanas representan un aspecto fundamental de la vida social y política de las grandes masas trabajadoras urbanas. No por casualidad, la lucha contra el aumento de la tarifa del tranporte (movilidad urbana) sirvió como gatillo para la eclosión de la Jornadas de Junio de 2013.

Primeras conclusiones

A partir de la interpretación de los datos objetivos descriptos en la sección anterior, queremos concluir, de modo sintético, enlazando las principales características del proletariado brasilero que identificamos en este estudio parcial; 1) su gigantismo, tamaño y potencia; 2) el peso enorme (en muchas regiones, mayoritario) de los negros y negras en su composición; 3) la creciente feminización; 4) la inmensa concentración en grandes metrópolis, que da relevancia a las demandas urbanas; 5) la importancia de la juventud en su interior; 6) las condiciones peculiares de superexplotación; 7) la heterogeneidad interna; 8) el peso del semiproletariado y, en menor escala, del lumpen; 9) los índices, relativamente, bajos de sindicalización en el sector privado; 10) poca militancia organizada, por tanto, el grado frágil de la organización independiente; 11) niveles rudimentarios de escolarización, por tanto, atraso cultural.

Estas condiciones materiales explican, parcialmente, la inmadurez de la expresión subjetiva de clase propia. Muy parcialmente, porque es imposible comprender la realidad de la superexplotación sin considerar, en primer lugar, el papel de los aparatos burocráticos (políticos y sindicales), con variadas ideologías y programas, que actúan al servicio de la preservación de la dominación capitalista.

Nota

1) La PNDA (Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílio/Encuesta Nacional por Muestra de Domicilio, es hecha por el IBGE (Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística/Instituto Brasilero de Geografía y Estadísitca, en un muestreo de domicilios brasileros. La encuesta es realizada en todas las regiones de Brasil. Para mayores detalles ver PNAD 2014, completa y disponible en: http://biblioteca.ibge.gov.br/visualizacao/livros/liv94935.pdf.

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[1] Gabriel Casoni, 32 años, sociólogo, maestría en Historia Económica en la Universidad de San Pablo (USP). Es miembro de la Coordinación Nacional del Movimiento por una Alternativa Independiente y Socialista (MAIS). El texto fue editado por Correspondencia de Prensa con la autorización del autor. El  original integro con todas las notas está disponible en portugués: http://blog.esquerdaonline.com.br/?p=7857