—Acompáñame en un homenaje a mi viejo partido.
¡Salud por la Internacional!
—Por la banca internacional que es la única Internacional que nos queda –
contestó Alfredo blandiendo la copa desde la que calló un chorro de licor. […]
—Por la derecha que volverá majestuosa, envuelta en la bandera
de las libertades… de todas las libertades, sin excepción.
—Por el eterno retorno del capitalismo y de los poderes fácticos
–agregó Alfredo ya cansado de reír.
—Por la muerte de la lucha de clases y la ascensión
a los cielos del poder del dinero.
(pp. 342-343)
Mariano Vega Jara
La presente novela es la primera obra de un cientista político, militante de la Democracia Cristiana (DC), el cual ha mostrado una versatilidad en su vida profesional como cuadro político de la elite chilena, siendo uno de los artífices de la transición pactada a la dictadura militar, como secretario ejecutivo del Comando del NO en el Plebiscito de 1988 y de la Concertación de Partidos por la Democracia. Abogado, académico, Ministro de Estado, Embajador, columnista y ensayista de opinión sobre la política interior y exterior chilena. Sin embargo, en una faceta impensada para un hombre de dicha elite, se sumerge en la historia política reciente del país para narrar los cambios sociopolíticos desde el golpe de Estado de 1973 hasta las Jornadas de Protesta Nacional en la década de los ’80 de siglo XX.
La obra está divida en tres partes que se interrelacionan por los personajes y las historias que estructuran una narrativa en torno a militancias políticas de izquierda o centro, resistencia a la dictadura militar, exilio militante, pacificación y normalización de la vida pública-privada, cambios en la oligarquía chilena (de terrateniente e industrial a banquera y financiera) producto del neoliberalismo, y los beneficios económicos de la burguesía chilena ante la recuperación patrimonial y las nuevas inversiones en el mercado de las finanzas.
En la primera parte, el acontecimiento biográfico que estructura el grueso de la obra es el golpe de Estado y las consecuencias para la izquierda chilena. De manera retrospectiva, el autor, evoca las dudas, temores y discursos políticos prefabricados de los militantes de izquierda sobre la viabilidad cierta de un presunto golpe de Estado y el quiebre de las Fuerzas Armadas (FFAA) entre un bando golpista y un bando constitucional. Aquel discurso prefabricado sería el desencadenante de poner en práctica algún tipo de resistencia al golpe militar, la acción hacia el terreno militar que la izquierda había declamado públicamente durante el gobierno de Salvador Allende si se daba un golpe de estado. “¿Y las armas?, ya vendrían y sería tarea de los cordones industriales repartirlas”, relata Arriagada.
Sin embargo, el discurso militante de la izquierda no respondería a la realidad post-golpe, las capacidades de resistencia armadas serían ínfimas y las FFAA no sufrirían un quiebre en la verticalidad del mando. Las acusaciones entre la izquierda sobre la culpabilidad del golpe ahondarían las diferencias entre ellas y evitarían cualquier tentativa de unidad para hacer frente a las FFAA. Así, la novela refleja la tensión entre el Partido Comunista y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria sobre las vías de la revolución chilena: “socialismo legal” o “revolución por camarada máuser”. Ambas lógicas militantes verían desestructuradas sus discursos prefabricados y pasarían a buscar la mejorar manera de resistir a la dictadura militar, siendo el exilio o la resistencia armada las vías según cada organización política.
En una segunda parte dos ámbitos son destacables en la narrativa del autor, lo que da muestra de su retrospectiva de experiencia y memoria para estructurar un relato marcadamente por la tragedia y la derrota de la izquierda, no sin dejar su cuota de “pragmatismo centrista” sobre los juicios hacia ésta. En primer lugar, Arriagada presenta una heteromirada hacia la izquierda y el centro político; en la izquierda, el militante comunista es caracterizado a partir de considerar a marxismo como filosofía, la supremacía del partido como organización, la validez de su estrategia (etapista), el rol ascético individual y colectivo, el rechazo al individualismo romántico y el culto al héroe, el aventurerismo y la supremacía del ego en alusión hacia el MIR. Su contraparte, el militante mirista aparece como un romántico y ultraizquierdista, movido por sensaciones y deseos más que por política, un “guerrillero heroico de embriaguez romántica”, de una “revolución imaginaria” y una “mitomanía armada”. Del centro político dirá que es un militante racional, escéptico, desencantado, al cual el autor no identifica con alguna militancia partidaria, abriendo una hipótesis en entorno a dicho personaje se mueva entre la social-democracia y la Democracia Cristiana, ya que los juicios políticos y la narrativa inclinan a vislumbrar la experiencia personal de Arriagada llevada a novela.
A pesar de aquellas heteromiradas, las relaciones sociales de amistad entre los personajes y militantes de izquierda y del centro político son resguardadas en lo físico, siendo las visiones opuestas expresadas en el exilio (PC), la resistencia armada (MIR) y el eclecticismo (DC) ante los militares. Mas, lo central dentro de la heteromirada es la narrativa en torno al pesimismo, la derrota, la desmoralización, el repliegue y la ausencia de resistencia, derrotada por los militares en los primeros años de la dictadura.
En un segundo lugar, la heteromirada hacia la burguesía chilena y las reestructuraciones en su composición de clase. En una hoja de ruta ejercida por los militares, las redes políticas de la burguesía trastocarían la formación social y la economía nacional al pasar de una oligarquía terrateniente y una burguesía industrial, conservadores y políticos, a una burguesía financiera empresarial en relación directa con los militares como asesores técnicos de la economía dictatorial. Es la “revolución conservadora” del neoliberalismo y los Chicago Boy’s y su darwinismo económico que desplazó a la vieja élite política capitalista por una nueva burguesía moderna. Así, la propiedad privada de la tierra ya no genera renta, es un lastre que atenta contra la dinamización del capital financiero y la circulación del dinero. La nueva tendencia los préstamos por medios de los bancos para la inversión tanto de empresarios como trabajadores. Mas, tal revolución objetiva descansaría en una subjetividad indolente sobre la negación y silencio de las violaciones a los derechos humanos, siendo su mecanismo para invisibilizarlo de la realidad: “No preguntar, no hablar”. Aún así, tal revolución capitalista llevaría a una crisis del propio sistema financiero cuando el precio del petróleo y la imposibilidad de pago de créditos extranjeros derriba el mercado bancario, colapsando la economía neoliberal y la propia nueva burguesía se desplazaría entre sí en búsqueda del Estado quien salvó finalmente sus negocios al asumir la deuda con la banca internacional.
Finalmente, dentro de esta segunda parte, el exilio militante se presenta en su complejidad más dura. Previamente, el hecho de la tortura en el militante inquiere ¿hasta dónde resistir? ¿Hablar y delatar?, aquello sería traición para el partido. ¿Suicidarse?, morir sin hablar como resistencia y liberación de los apremios físicos y síquicos: una opción. El militante, llevado a una soledad abyecta, despojado del partido-cuerpo que lo cobija se ve enfrentado a la batalla entre la supremacía de su ser individual y/o familiar o el partido y sus compañeros militantes. El exilio no es más que la constatación de la derrota, del desarraigo e inacción según Arriagada, para el militante comunista es el destierro porque enfila hacia el “socialismo real”, la República Democrática de Alemania (RDA).
En este punto, el autor presenta el exilio comunista marcado por el pesimismo, la vida gris y fría en la vida cotidiana del socialismo real. La imposición de una vida austera en el ámbito familiar-doméstico, consecuencia de la proletarización forzada en fábricas industriales como retribución del “internacionalismo proletario” al derecho de asilo. Una familia de profesionales universitarios comunistas es presentada bajo el ascetismo social y la tendencia e igualdad salarial, sin vida cultural en las calles y depósitos de ropa estatales. A ello se uniría la vigilancia constante de la policía política hacia los exiliados y sus familias.
Indirectamente aquella cultura política comunista en el exilio de Alemania Oriental, Arriagada da muestras del “stalinismo” soviético más allá del Estado y el partido. Una cultura política marcada por la imposibilidad de tener derechos democráticos de representación popular, ausencia de libertad sindical y de libre pensamiento, censura política y nulo acceso a informaciones no oficiales del régimen soviético, control policial de la vida privada y la inviabilidad de deliberación democrática en los órganos del PC en el exilio. La proletarización se convertía en la forma de proscribir, prevenir y anular el debate interno sobre las causas de la derrota chilena. Así, la mentalidad comunista derivaría en profundizar el derrotismo por inactividad militante en la resistencia contra la dictadura militar. El desánimo estructura al militante comunista para invertir su opción política y preferir el exilio en Europa Occidental, en el país del “revisionista Bernstein o el renegado Kautsky”. Sin poder contrarrestar tal marco objetivo de la realidad, la vida familiar se resquebrajaría, las complejidades del matrimonio se disociarían por la infidelidad masculina, peor aún, el PC se enteraba de las críticas de “derecha” hacia el socialismo real y de su infidelidad atentatoria contra la moral comunista; normativa de “ideal revolucionaria” intachable. “Todo dentro de la revolución, nada fuera de la revolución”. Ante la disyuntiva dada por la jerarquía del PC, entre optar por el autoexilio en la Europa capitalista o enmendar su vida marital y responder al modelo de militante comunista ideal, la negativa a esta última provocaría la expulsión del partido del militante comunista y su consecuente salida de la RDA. En esta, al decir del autor, moría el sentido militante y la pasión por el socialismo.
Por último, el tercer tema que el autor sobrepone es la (in)viabilidad de las protestas nacionales en la década del ’80 como mecanismo de derribar a la dictadura y Pinochet. Las califica como un movimiento espontáneo e incontrolable, donde los dirigentes sociales y políticos “hacen como que mandan y los manifestantes como que obedecen”. Lo central de su narrativa es expresar el derrotismo histórico del ciclo quebrado en la UP y un eclecticismo pesimista ante aquellas “liturgias” de marchas, paros y protestas nacionales. En este lugar, lo que presumiría dos visiones opuestas de la salida política al régimen militar entre un militante DC y un militante PC, convergen en criticar, para el autor, el voluntarismo, ultraizquierdismo y pérdida de la realidad objetiva en caracterizar la situación pre-revolucionaria y la insurrección por medio de la “Política de Rebelión Popular de Masas” (PRPM) del PC.
Los años de la dictadura militar significarían para la DC un posibilismo que varió entre apoyo, crítica y rechazo al régimen para maniobrar en sus redes políticas con los militares. La continuidad de la lucha y la resistencia social y armada expresaría nuevamente un idealismo individualista, romanticismo y heroísmo. Lo pragmático y realista más allá de todo ideologismo sería la convergencia por el Acuerdo Nacional, la unidad de la oposición anti-dictadura, la negociación y la colaboración con libertades democráticas vigiladas o democracia restringida. Un minimalismo expresado en un programa mínimo de la oposición: “Habeas Corpus, Estado de derecho, elecciones y democracia”, es decir, el programa de la DC. Para el militante comunista, la crítica mordaz hacia su dirección política por lo errado de la PRPM y la creación de un aparato armado, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) como traición a la línea histórica del PC, la línea reformista y política de más de medio siglo. Ante tal crítica a la rebelión popular, nuevamente la expulsión del partido sería decretada en la narrativa del autor por “atentar contra el partido, su unidad, la revolución y la clase obrera”. La crítica dentro del PC sería considerada inviable porque destrozaría el monolitismo, la disciplina y la viabilidad de la revolución como hecho histórico. Toda crítica, para el autor, la reseña como “trotskismo”, atentatorio contra la infabilidad del Secretario General y el Comité Central. En pocas palabras, la cultura política stalinista.
En síntesis, la obra de Arriagada es un discurso invectivo contra la historia de la izquierda durante la dictadura militar y su resistencia social, popular y/o armada. Dicha crítica estructura un relato a partir de la experiencia y la memoria personal de la visión demócratacristiana a la realidad de la época. La memoria desde el presente condiciona el pasado para decretar la inviabilidad del sentido de la militancia política de la izquierda. Negación de la necesidad de la caída de Pinochet y de la revolución social, el enfoque principal del autor es basarse en hechos reales para potenciar la actuación de lo que estimó y sucedió históricamente. La salida de Pinochet fue por negociación hacia una democracia restringida en una transición pactada. La política posibilista, minimalista o “realista” sería garantía de continuidad del orden social, es decir, el modelo capitalista neoliberal.
Mas, porque el título de la obra hace referencia a Trotsky cuando secundariamente figura el líder del Ejéricto Rojo. Textualmente, el diálogo entre militantes de izquierda y centro entorno a dos cuadros fotográficos, uno de Trotsky y otro de Marilyn, que se miran entre sí, separados por un pasillo: “—A ver, a ver, ¿cuál es el mensaje revolucionario que va entre la pera de Trotsky y las piernas de Marilyn?. –Me cago en Trotsky—y, riéndose mientras esparcía camarones en los platos de los comensales agregó—: pero esa huevadita de la revolución permanente, aunque sea la pura frase me suena a melodía”. (p. 22).
La tesis que se puede desprender de esta cita previa tiene directa alusión a la narrativa de la obra y al actual contexto socio-político. Abierto un nuevo ciclo político con las movilizaciones estudiantiles desde el 2011 a la fecha, la transición pactada subjetivamente se ha dado por finalizada. Las amplias alamedas, al decir de Allende, nuevamente han sido copadas y la ruptura de franjas de la sociedad, los estudiantes en particular, han emergido la crítica al modelo capitalista neoliberal y su capilaridad dentro del conjunto de los explotados y oprimidos. En ese sentido, la referencia a Trotsky en Arriagada es para deslegitimar una de las últimas figuras con raigambre histórica en la izquierda mundial, a la cual una nueva generación puede llegar a conocer por medio de la crisis de los partidos de la Concertación, la derecha y el propio Partido Comunista. Asimismo, tal deslegitimación va hacia dos factores; un proselitismo anti-revolucionario por su obra contra la viabilidad de la revolución y el socialismo, y la potenciación del discurso posibilista y minimalista de la DC, es decir, la transición pactada, en torno a los acuerdos y negociaciones como medios de resolución de conflictos en la sociedad civil.
La metáfora a la melodía de la revolución permanente como discurso, voz, sin acción y el sarcasmo e ironía de la cita introductoria, obedece a la legitimar la reconversión militante y política hacia y en el capitalismo neoliberal de quienes alguna vez abrazaron la idea de la revolución socialista. Aquel “mensaje revolucionario” de Trotsky y Marilyn reflejaría las contradicciones ideológicas emergentes en sujetos de carne y hueso que terminan por sopesar pragmáticamente, según el autor, la defensa de la transición pactada por viejos líderes de izquierda reconvertidos en administradores de los negocios de la elite política, a pesar de las tibias críticas y reglamentación al “Dios Mercado”.
Para el autor, la revolución es una epopeya heroica, una lucha armada y “bosques de banderas”. Un “deseo erótico”, un “onanismo” sutilente a satisfacer el yo interior como perfección moral. Un “acto estético” carente de racionalidad y discusión sobre el tipo de socialismo. La revolución habría fracasado en la Unidad Popular, pero aún así, para el autor, siempre es válido recordar hacia el presente aquel discurso y praxis de la burguesía: la revolución es imposible. El nuevo ciclo político en Chile y sus diversos sujetos sociales podrán decir lo contrario.
Bibliografía:
HERRERA, Genaro Arriagada. Trotsky y la Marilyn, JC Sáez Editor, 2014, Santiago de Chile.
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